Algo diferente hay en el fin de este sexenio. Porque esto fue con lo que soñamos por tanto tiempo y por lo que luchamos con tanto ahínco: un cambio de régimen.
No podemos más que ver con emocionante nostalgia el fraude del 2006, el plantón en Reforma y la simbólica investidura de Andrés Manuel en un zócalo atascado de simpatizantes hartos del PAN, del PRI y de lo que representaban: un universo de descarado lujo, de indolencia ante la pobreza y la violencia, de justicia que solo existía para los cercanos al poder, para los ricos.
Por ser esquemáticos, reduzcamos lo que simbolizaban “ellos” en dos eventos: la matanza de San Fernando durante el calderonato y la desaparición forzada de Ayotzinapa durante el terrible regreso del nuevo PRI al poder.
El movimiento encabezado por AMLO representaba, de algún modo y desde el discurso, la radical oposición a un sistema de opresión y violencia manifiesta económica y sangrientamente gracias a un Estado fallido incapaz que prefirió el silencioso pacto con el crimen organizado, con la élite corrupta y con intereses extranjeros, en detrimento de esa entidad abstracta e inasible que es el pueblo, la patria, lo que sea.
Y por años soñamos con esto: el puño levantado de AMLO que resumía la idea, justa y terrible a la vez, de que una era se terminaba, lo que implicaba, necesariamente, que “ellos” tenían el tiempo contado.
Ellos: los corruptos, los opresores, los insaciables, los terribles, los indolentes. Los que prefirieron mirar hacia otro lado cuando nuestras ciudades empezaron a arder, los que dijeron que no pasaba nada mientras el país se convertía en una fosa clandestina.
Los que prefirieron sus palacios y sus autos de lujo que vinieron del desfalco, los que se enriquecieron a la sombra del poder, los que beneficiaron a sus hijos y les garantizaron el futuro a los hijos de sus hijos a costa del trabajador común y corriente.
Y entonces, ahora, ¿qué? La nostalgia de un AMLO que fue: cuando añorábamos el final de “eso”. Ahora, pareciera que no sabemos qué hacer con el inicio de la nueva era, más que repetir la historia y nuestros errores provocados por nuestras pasiones. Supongo que deberíamos seguir luchando… pero ya ganamos. ¿Ahora qué? Vaya problema el de los triunfadores.