Hay políticos que ignoran la cultura y otros que, abierta o secretamente, la desprecian y harían todo por destruirla (los ejemplos históricos sobran). Hay otros que son sensibles ante ella. Y hay también políticos, muy pocos, que son auténticos intelectuales, creadores de obras, libros e ideas. En la pequeña pero vigorosa tradición intelectual mexicana poseemos ejemplos sobresalientes: desde José Vasconcelos, Manuel Gómez Morín y Jesús Silva Herzog hasta Carlos Castillo Peraza, Porfirio Muñoz Ledo y Manuel Camacho Solís. Debemos hacer, naturalmente, todo tipo de distinciones y matices: no es lo mismo un político-intelectual que un intelectual-político; o un intelectual-funcionario (como, por ejemplo, María Marván) que un intelectual-político (como Rolando Cordera, que fue diputado) o un intelectual-diplomático (Antonio Gómez Robledo, Fernando del Paso) o un intelectual-gestor cultural (Daniel Cosío Villegas, Enrique Krauze). Y no debemos olvidar a nuestra variada tradición decimonónica de pensadores-hombres de acción.
En Jalisco hemos tenido varios ejemplos de políticos-intelectuales: Alfonso de Alba Martín o José Luis Leal Sanabria. Y en esa misma estirpe encontramos a Enrique Ibarra Pedroza, actual secretario general de gobierno de nuestro estado y autor de varios libros de historia. Tengo para mí que él decidió conscientemente convertirse en un exponente de esta tradición que, en el seno del PRI, tenía en Jesús Reyes Heroles a su modelo ejemplar. Ibarra mismo cuenta que decidió rechazar la candidatura de su partido al gobierno de su natal Tototlán para estudiar durante un año en el Instituto de Capacitación Política del PRI en el Distrito Federal. Tenía tan solo veinte años. El presidente nacional del partido era don Jesús Reyes Heroles, “el del gran poder”. El secretario general: Enrique González Pedrero, autor de los tres largos volúmenes de País de un solo hombre: el México de Santa Anna. Ibarra, pues, puso entre paréntesis la búsqueda del poder para consagrarse a los estudios. Lo cual evidencia que, desde muy joven, sintió el aguijón de dos vocaciones: la política y la científica. Por ello es lector de Max Weber, uno de los fundadores de las ciencias sociales modernas: economista, historiador y sociólogo, pero también un orgulloso alemán con una profunda pasión política que, sin embargo, nunca pudo ejercer.
Weber argumenta en “La política como vocación” que “son tres las cualidades decisivamente importantes para el político: pasión, sentido de la responsabilidad y mesura.” Aunque conozco muy poco su trayectoria y quehacer públicos, me parece que Ibarra es un político mesurado. Así nos lo demostró en el homenaje que el Congreso de Jalisco le rindió el pasado 15 de octubre. Sus palabras y su porte exhibían sobriedad y prudencia. El político suele tener debilidad por el reconocimiento, la fama y el prestigio. No es poca cosa mantenerse equilibrado, ecuánime, al ser objeto de un reconocimiento público. Y no es menor el hecho de que Ibarra haya sido capaz de propiciar, en torno suyo, sentimientos de afabilidad y respeto de todas las fuerzas políticas presentes en el Congreso, algo que no se ve a menudo. Ibarra es también un político muy respetuoso en las formas: cree, como dijo su héroe político-intelectual, Reyes Heroles, que “en política, frecuentemente, la forma es fondo”. Mesura y formalidad: dos virtudes políticas tan raras como necesarias, sobre todo en una época en que el político se convierte cada vez más en un producto de consumo para las masas. Entre tanta frivolidad política, mucha falta hacen cualidades como la prudencia y la seriedad. Entre tantos políticos y gobernantes improvisados, que provienen del espectáculo o de la superficialidad de las “redes”, México necesita más políticos formales, profesionales y responsables. Sobre todo, mesurados. Es por ello digno de celebrarse que, en una época de inmoderación y radicalismo político, queden todavía líderes y gobernantes serios y moderados. Vale la pena resaltar también la cariñosa mención que hizo de su esposa, la señora Guadalupe Gallo: “la mejor elección y decisión de mi vida”.
Ibarra nos recordó en su alocución que Reyes Heroles escribió que el político debía poseer tres c: “Corazón, para entender intereses superiores a los egoístamente individuales; cabeza para obrar con frialdad, saber eludir muchas asechanzas, saber eludir trampas; y carácter, porque hay gentes con mucha cabeza y con mucho corazón, pero que no tienen carácter, y el carácter en política es muy importante: tener carácter para saber que lo pueden insultar a uno, que lo pueden calumniar a uno, y nunca perder la cabeza.” Reyes Heroles remata diciendo que “Sin emplear la cabeza muchas cosas se pueden hacer, pero no política”. Pasión, responsabilidad y mesura; corazón, cabeza y carácter, cualidades todas de los grandes políticos y estadistas. Ibarra habló también de la necesidad de preservar nuestro pluralismo político y nuestras instituciones democráticas: “He tenido el privilegio de estar en el servicio público el tiempo suficiente para ser testigo de grandes transformaciones. México ha cambiado para bien, y con él, sus instituciones y su cultura política. Una cosa permanece constante: la necesidad de actuar con responsabilidad, con visión y con una profunda creencia en el valor de la pluralidad”.
Conocí al maestro Ibarra en un evento diplomático en la Biblioteca Iberoamericana «Octavio Paz». A partir de ahí comenzamos a desarrollar una cordial amistad, basada en la conversación en torno a libros, autores y pasajes de la historia de México y Jalisco. Debo reconocer que gracias a Ibarra he desarrollado más orgullo e interés por Jalisco y su historia. Como él mismo nos dice en su libro El nacimiento de Jalisco 1808-1825, es sorprendente lo mucho que los jaliscienses ignoramos nuestra propia historia. Acaso se deba a la influencia del centralismo. Ibarra ha desarrollado, pues, una valiosa y necesaria labor de pedagogía histórica cívica: sospecho que fue él quien propuso cambiarle el nombre al parque de Solidaridad a Luis Quintanar, así como incluir en su mural de mujeres jaliscienses ilustres a la historiadora Carmen Castañeda. Yo le estoy agradecido por su amistad desinteresada y su generosidad, por obsequiarme libros valiosos y difíciles de conseguir y por defender que el ejercicio de la política requiere no sólo voluntad y habilidad práctica, sino también ideas, elegancia espiritual y virtudes intelectuales.
La última vez que lo vi fue por casualidad en una librería (la mejor de la ciudad: la Carlos Fuentes) y tuvo la amabilidad de obsequiarme un ejemplar del libro que iba a adquirir para sí: Cortés, nuestro primer Maquiavelo. La dimensión política de Hernán Cortés de Ilan Vit Suzan. Coincidimos en que Maquiavelo, otro pensador que admira, no es ese “maestro del mal” en que lo convirtió la Iglesia católica sino un teórico político realista y republicano y me comentó que está escribiendo un libro sobre Mariano Otero, a quien considera “el más brillante de los jaliscienses”, y que espero que pronto termine y publique. Gracias, maestro Ibarra, por sus discursos, siempre llenos de contenido histórico e ideas perspicaces, por sus conversaciones inteligentes y cordiales, por su difusión de la historia de Jalisco. Gracias, también, por creer en los jóvenes y apoyarlos. Ojalá pronto nos sorprenda con un volumen de sus memorias políticas: se lo debe a sí mismo y sería una valiosa fuente primaria para la ciencia histórica y política jalisciense contemporánea. Felicidades, pues, a este político liberal, bibliófilo, lector de Stefan Zweig, admirador de Juárez, historiador de Jalisco, promotor del federalismo y devoto de Fray Antonio Alcalde, y larga vida a sus ideales democráticos, liberales y pluralistas.