Como ya es costumbre, aprovecho este espacio para hacer mi última reflexión del año.
Tratando de analizar las fiestas decembrinas, pues suelen estar acompañadas de emociones contradictorias para mí.
En momentos puedo sentir la esperanza al inicio de proyectos, al conectar de nuevo con mis amistades, reunirme con mi familia y recordar momentos del año, experiencias pasadas y las aventuras que nos esperan, sentir el espíritu navideño del que tanto se habla.
Pero, por otro lado, no puedo ignorar que esto no es para todas.
Para muchas mujeres y niñas estas fechas significan sentarse frente a frente a su agresor o agresores.
Representa vivir un perdón obligado, fingir que nada pasa, ver cómo personas que quieres conviven con tu agresor como si nada hubiera ocurrido.
Representa que el pacto sigue y un año nuevo no significa un nuevo comienzo.
Las heridas aun duelen y muchas de nosotras no hemos comenzado nuestro proceso, ni tenemos al alcance espacios, ni vínculos seguros.
A muchas de nosotras se nos revictimiza y se ignoran las agresiones que actualmente vivimos o hemos pasado.
Además, la violencia no se disipa ni desaparece. En las vísperas navideñas o al comienzo del año, el amor y la esperanza no reina en todos los hogares, al contrario, la violencia y los conflictos incrementan.
Las emociones están a flor de piel y los factores de riesgo aumentan, como es la presencia de alcohol y otras sustancias.
Vemos como los roles y estereotipos se manifiestan en las convivencias familiares, como las tareas se ven sesgadas por el género, se van perpetuando las tradiciones estereotipadas, los chistes machistas y sexistas predominan tratando de normalizar las violencias, haciendo que más de una persona pase momentos amargos e incómodos.
Como sociedad nos urgen formas nuevas de relacionarnos y de celebrar, poder generar vínculos y espacios seguros, dejar de respaldar agresores bajo la excusa de que son “familia”, construir relaciones equitativas y solidarias, ya a no perpetuar, nos toca edificar en favor de la seguridad.