La frase “detrás de todo gran hombre, siempre hay una gran mujer” me ha incomodado toda mi vida, pero hasta hace poco me puse a cuestionar todo lo que representa.
Me ha tocado escucharla la mayoría de las veces dentro de las relaciones monógamas-heterosexuales, como si estuviéramos destinadas a aparecer solo tras bambalinas.
Como si nuestra labor siempre fuera ser el peldaño al que se sube nuestra pareja, invisibilizando nuestro andar y nuestras metas.
En más de una ocasión he escuchado elogios dirigidos a mi pareja, afirmando que tengo mucha suerte de contar con un hombre que lave trastes o me ayude a preparar mis lonches de la semana para mi trabajo, tales palabras de felicitación no me molestan, pero me pregunto que si fuera a la inversa ¿habría motivo igual de celebración?
Las capacidades de una o un adulto funcional y el apoyo otorgado a la pareja muchas, a veces se ven cubiertas por un velo de roles y estereotipos de género. Suponiendo que lo que es una hazaña o logro para un sexo, es la responsabilidad u obligación para el otro.
Nuestra realidad actual es limitante y encasilla, vivimos en un país donde los niños cuentan con 6 horas más para actividades recreativas a la semana que las niñas.
Donde la doble jornada no es cosa de unas cuantas, donde el trabajo doméstico sigue siendo invisible.
En el discurso y en algunas realidades, los roles y estereotipos de género ya se han visto mermados, pero persisten en la oscuridad, cobijados por los dichos, refranes populares o incluso en consejos que repetimos, que nos damos entre nosotras, y esto sigue siendo parte de nuestra cultura y de nuestro día a día.
La invitación a reconocer nuestras actividades diarias está abierta: nombremos nuestros logros y nuestras destrezas.
No tenemos que estar detrás de nadie, ni a la sombra, somos igual de importantes y nuestros aportes son igual de significativos.
Rompamos con estereotipos y roles que no hacen otra cosa que limitarnos y no dejarnos disfrutar de nuestra propia individualidad.