Este fin de semana pudimos observar dos sucesos sociales dignos de reflexión, uno lleno de violencia y el otro encausado a visibilizarla junto con la exigencia de justicia.
Suena retórico que un evento tan violento como lo sucedido en el Estadio Corregidora anteceda a las marchas por el Día Internacional de la Mujer.
Incluso, resulta irónico que el primer suceso permite visibilizar las causales que continuamente le desestiman al segundo.
Nos fue posible ver a un sistema machista, repleto de masculinidad hegemónica en todo su esplendor, cuyo eje central es la violencia y la obtención de poder mediante ésta.
Todo se presenta descaradamente, todo lo que la teoría de la perspectiva de género explica, es visible una vez más.
Las agresiones de las porras dejaron al descubierto la brutalidad que podemos alcanzar como sociedad; cómo los complots se presentan; cómo la violencia es un lenguaje que la mayoría entiende: el grado de denigración, humillación y dolo fue nítido.
Ya existen teorías y análisis que rodean lo sucedido, volvemos a ver cómo la verdad se ve nublada y los motivos de lo ocurrido no se encuentran claros, existen declaraciones que antes de la tragedia, hubo planeación, además, la cifra oficial de muertos y lesionados no llega a coincidir con las declaraciones iniciales de diversos periodistas.
Una vez más podemos ver cómo coexistimos en un país donde la impunidad y las desigualdades reinan.
La necesidad de deconstrucción es latente, necesitamos cambiarnos el chip de violencia, comenzar a romper con todas las ideas sistémicas, ya no replicar patrones conductuales, comenzar a cuestionar y no parar de exigir.
Debemos reaprender a relacionarnos, asumir la responsabilidad de nuestro cambio. No podemos ignorar lo sucedido o verlo como un suceso aislado.
Es necesario cuestionar a la sociedad, al Estado y al sector privado que no para de alimentar las prácticas sociales nocivas posicionando el interés económico sobre el humano.
Comencemos la deconstrucción, comencemos a crecer como sociedad.