Hoy quiero aprovechar las circunstancias para escribirles desde la emoción, desde el deseo de que las niñas y jóvenes vean que todo es posible, inclusive ser presidenta de México, el cargo máximo que cualquier político podría aspirar a obtener. ¡Llegó ella, llegamos todas!
Para mí es un gran honor pertenecer a esta generación de mujeres transformadoras, que hemos luchado guiadas por nuestros principios de honestidad, justicia, libertad, democracia y amor al pueblo.
Son muchos años en los que las mujeres hemos exigido nuestros derechos, muchas veces negados, desde diversas trincheras y, en ocasiones, arriesgando la vida y la salud. No es casualidad que después de 200 años de que México es una nación independiente, por fin la Presidencia será ocupada por una mujer. En todos estos años, hubo pasos previos que fueron haciendo camino al andar. Elvia Carrillo Puerto y las congresistas feministas de Yucatán en 1916, las primeras sufragistas que con su lucha consiguieron que, en 1953, el presidente Adolfo Ruiz Cortines promulgara las reformas constitucionales que otorgaron el voto a las mujeres a nivel federal; sin embargo, fue hasta 1955 cuando las mujeres acudimos por primera vez a las urnas, y 69 años después, logramos llevar a una mujer a la Presidencia de la República, a la doctora Claudia Sheinbaum quien ha sido la candidata más votada de la historia de México, con más de 33 millones de votos.
Ya antes en nuestro país tuvimos mujeres en puestos importantes, como la primera gobernadora, Griselda Álvarez de León, quien en 1979 asumió su cargo en el estado de Colima, y antes, en 1964, María Lavalle Urbina y Alicia Arellano Tapia fueron elegidas como las dos primeras senadoras en nuestra historia. No podemos dejar de mencionar a Rosario Ibarra de Piedra, quien, sin olvidar nunca la lucha por la presentación de los desaparecidos y la liberación de los presos políticos de la guerra sucia, fue la primera mujer que contendió como candidata de un partido de izquierda para la presidencia en dos ocasiones, una en 1982 y otra en 1988.
Es verdad que desde hace algunos años las mujeres rompimos ese “techo de cristal” impuesto por una estructura social injusta e inequitativa y una cultura dominante machista, que no nos permitía acceder a posiciones de poder y de toma de decisiones; hemos sido reconocidas en muchas instancias y espacios, en la vida política, empresarial, académica, cultural, entre otras. Cada vez se vuelve más común encontrar mujeres en cargos importantes y de poder; sin embargo, también es verdad que esa hendidura sigue siendo demasiado angosta. Por eso, con el segundo piso de la transformación tenemos que construir los andamios suficientemente amplios y democráticos para que juntas hagamos realidad la consigna de que con la próxima presidenta de México llegamos todas.
Si el futuro ha de ser de prosperidad compartida, tendrá que ser también para todas las mujeres, para aquellas que cuidan a sus familias y que se han dejado a ellas mismas al final, para aquellas madres que todos los días trabajan en el campo, en la maquila, en sus casas y que durante su niñez no tuvieron las mismas oportunidades que otras mujeres más privilegiadas; para aquellas mujeres que viven la violencia y las consecuencias de esta y que resisten desde su cuerpo y su amor. Sí, es tiempo de mujeres, porque las que, históricamente hemos tenido el rol de educadoras, cuidadoras y protectoras de la familia, hemos tomado el poder y estamos cambiando la historia. Por ellas y por el bien de todas y todos seguiremos luchando para que la brecha de desigualdad sea cada vez menor hasta que se diluya y desaparezca, y sean nuestras hijas, hijos, nietas y nietos quienes cuenten una historia nueva.