Muy lejos están aquellos días en los que el Presidente Andrés Manuel López Obrador pedía a sus adversarios, los neoliberales, la mafia del poder, los fifís, etcétera, que se serenaran después de su arrollador triunfo en las urnas, respaldado por 30 millones de mexicanos, que decidieron otorgarle el poder para cumplir las promesas que repitió durante 12 años.
La cita con la historia por fin llegó y AMLO tenía ante sí la oportunidad de demostrar cómo gobernar un país inmerso en una terrible inseguridad y en el azote de la corrupción del saliente gobierno priista.
Las acciones más importantes de su gobierno tuvieron mucho eco en la tribuna, donde sus seguidores le aplaudieron las medidas estridentes y que le “quitarían privilegios” a la clase que detentó el poder en “el periodo neoliberal”.
Pronto se pudo ver que muchas de esas decisiones fueron los cimientos para producir el desastre que ahora se vive en el país. La cancelación del aeropuerto de Texcoco a través de una consulta “patito”, la desaparición del Seguro Popular y con él el abasto de medicinas, la estrategia de “Abrazos, no balazos”, que siempre se escuchó como una mala broma y más para los elementos del Ejército y la Guardia Nacional que ni las manos pueden meter ante los delincuentes.
El tan sobado recurso de que la culpa fue del Presidente Felipe Calderón, no del inmediatamente anterior, el priista Enrique Peña Nieto, terminó por difuminarse después de tanto usarlo y ahora AMLO se tiene que llevar en la bolsa sus propios números en cuestión de homicidios, cercanos a los 200 mil, y de los desaparecidos, arriba de 120 mil, que en un plumazo del prócer macuspano, quedaron en una cifra alrededor del 10 por ciento.
El final de esta Presidencia se acerca y al titular del Poder Ejecutivo cada vez se le ve más violento, más agrio y más transgresor de las leyes. Ahora el que no puede serenarse es él. Cualquiera pudiera pensar que está ajustando cuentas antes de irse y para muestra están los ataques contra María Amparo Casar, presidenta de Mexicanos contra la Corrupción, la embestida contra los periodistas y los medios que lo cuestionan, contra la presidenta de la Suprema Corte de Justicia, Norma Piña, y todo aquel que se oponga a sus intentos de dinamitar las instituciones.
Y aún queda por escribir la página de la elección presidencial del 2 de junio. Las preguntas saltan: ¿logrará imponer a su corcholata Claudia Sheinbaum? ¿Reconocerá un posible triunfo de Xóchitl Gálvez? ¿Qué papel jugará el Presidente en los comicios? Porque ya se vio que en las campañas, él es el más activo ante la complacencia del INE. ¿Cómo será recordado López Obrador?