Mañana 23 de diciembre en muchos hogares habrá discusiones y preocupaciones en torno al menú de la cena, los brindis de última hora y el cierre de un año político, económico y académico intenso. Sin embargo, fuera de esa burbuja de privilegios, la Navidad en Puebla tiene un sabor amargo, marcado por sendas ausencias, impunidad y carencias que no hay que perder de vista.
Según lo veo, no podemos sentarnos a la mesa sin antes reconocer que, durante este 2025, el estado se consolidó como un territorio de contrastes violentos. Las cifras del Secretariado son frías pero contundentes: se comete un promedio de 226 delitos del fuero común cada día, lo que nos coloca en un sexto lugar nacional, poco honroso, en incidencia delictiva, con más de 75 mil crímenes que no son simples números; son 75 mil historias de poblanos que perdieron algo de su patrimonio, su tranquilidad o, peor aún, a un ser querido.
Hablar de sillas vacías nos remite a la más dolorosa en los últimos días, la de Maricarmen N., llamada Maika por familiares y amigos. Su muerte en la Atlixcáyotl el pasado 10 de diciembre es el retrato de una Puebla que nos duele: la de la irresponsabilidad al volante —presuntamente debida a los arrancones— y la de una Fiscalía que por más que trata de alcanzar a la impunidad, ésta parece correr más rápido.
Mientras la familia exige videos y transparencia, la indolencia se pasea a más de 140 kilómetros por hora. ¿Cómo se le desea "Feliz Navidad" a una madre que busca respuestas que la realidad regatea?
La reflexión para la élite política y económica es obligada: el privilegio que no se usa para transformar la realidad del prójimo es solo arrogancia.
Mientras brindamos, recordemos que el incremento en violencia familiar y robos son síntomas de un tejido social que se desgarra.
Ojalá que, entre luces y festejos, nuestros líderes tengan la valentía de mirar hacia las sombras.
La verdadera paz navideña no está en la tregua política que se pregona, sino en la justicia para Maika y las familias flageladas por el látigo de la inseguridad.
Finalmente, no podemos olvidar que el abandono también tiene canas. Es indignante que en un estado con la riqueza de Puebla, el 37.2% de nuestros adultos mayores viva en la pobreza. Superamos por mucho el promedio nacional. Cuatro de cada diez abuelos poblanos no tienen qué cenar, o si lo tienen, carecen de servicios básicos de salud. Son 670 mil personas que entregaron su vida al estado y hoy reciben como pago la exclusión y el olvido, ¿con qué eso los abrazamos?