Hace diez años

  • Columna de Ángel Aguirre Rivero
  • Ángel Aguirre Rivero

Ciudad de México /
Protesta de familiares de los normalistas en el Monumento a la Revolución. JAVIER RÍOS

Hace diez años me tocó vivir uno de los más tristes acontecimientos registrados en la historia de nuestro estado y del país. Hace diez años, 43 jóvenes de la Escuela Normal Rural de Ayotzinapa fueron desaparecidos en la ciudad de Iguala.

Era yo el gobernador de mi estado cuando esto sucedió, circunstancia que pudo haberle pasado a cualquier gobernante en una entidad como Guerrero.

Al principio, nadie daba crédito a la magnitud del evento, incluido un general de alto rango que me informó que se trataba de un artificio y que los jóvenes, todos, habían regresado a las instalaciones de su escuela.

¿O será que era parte de una estrategia para que el gobernador no conociera la realidad de lo que estaba aconteciendo?

Pues solo ellos sabían en tiempo real, minuto a minuto, lo que sucedía en esa fatídica noche de Iguala, ya que tenían bajo su mando la operación del C4, y nunca fui enterado como gobernador del estado del acontecer de estos hechos, más que de forma general.

Hice lo que estuvo a mi alcance: dispuse de inmediato el traslado de mis colaboradores competentes al lugar de los hechos y, gracias a la Procuraduría General del Estado, encabezada en ese entonces por el maestro Iñaki Blanco Cabrera, sentamos las bases de la investigación que aún siguen vigentes. Se detuvo y consignó de inmediato a elementos de la policía municipal de Iguala y su brazo sangriento o violento, Los Bélicos, mismos que, a la fecha, ninguno de ellos ha alcanzado su libertad.

Y lo más importante, y que poco se sabe, es que logramos localizar y rescatar a 68 estudiantes de Ayotzinapa esa misma noche, quienes se encontraban en situación similar a los 43 desaparecidos.

Mucha tinta ha corrido durante estos diez años: libros, artículos, videos y documentales, y hasta películas han abordado el tema desde diferentes perspectivas.

Hay quienes me han preguntado si este hecho pudo haberse evitado. Hoy, a la distancia, puedo responder que sí, que si se hubieran tomado las acciones necesarias oportunamente, tal vez sí.

¿A qué me refiero? Si a José Luis Abarca se le hubiera detenido meses antes de que estos hechos sucedieran, tal vez las cosas hubieran sido diferentes, pero nunca encontramos eco a nuestra petición ante la Procuraduría General de la República.

Más aún, meses antes de la noche de Iguala, en un encuentro casual con el entonces procurador general de la República, Jesús Murillo Karam, le pedí que ejecutaran la orden de aprehensión por homicidio en contra de Abarca para evitar el protocolo del desafuero, ya que contaba con fuero constitucional en su carácter de presidente municipal en funciones. Su respuesta fue que sí, que procederían a su detención y que el asunto lo tomaría la subprocuradora Mariana Benítez, pues él tenía que ser atendido de una operación quirúrgica en la garganta.

No sé hasta dónde hubiera influido esta acción para que esto se evitara, no lo sé.

José Luis Abarca se encuentra preso hoy por homicidio, orden de aprehensión que emanó de la procuraduría de Iñaki Blanco, razón por la cual el alcalde lo mandó matar. Pero lo inconcebible es que no tenga una causa por la desaparición de los 43 jóvenes de Ayotzinapa.

Iñaki Blanco realizaba un trabajo impecable al frente de la Fiscalía. Pocos días después nos quitaron la investigación, luego vino mi salida, como cuando se ofrece una cabeza para acallar voces y que el conflicto tomara otros cauces.

Así se lo recomendaron al presidente Peña Nieto sus más cercanos colaboradores (Cienfuegos, Soberón, Osorio Chong, Nuño, Imaz, Zerón y Videgaray).

La operación les resultó fallida.

Después construyeron su verdad histórica, que para muchos resultó un fracaso, una gran mentira, desenmascarada por el Grupo de Expertos Independiente y la Comisión encabezada para el caso Ayotzinapa por Alejandro Encinas.

La llegada de Alejandro fue una bocanada de oxígeno al principio, pero esta fue cuestionada al utilizar como testigo estrella a “Juan”, Gildardo López Astudillo, en complacencia con el fiscal especial para el caso Ayotzinapa en ese momento, Omar Gómez Trejo, quienes orientaron junto con el grupo de expertos interesados toda la investigación para señalar como responsables al Ejército Mexicano.

El presidente AMLO manifestó su desacuerdo por la forma en que conducía la investigación su compañero de lucha, pues sostiene que al Ejército no se le puede señalar como institución y que si algunos de sus elementos se vieron involucrados, que se proceda conforme a derecho.

El agua que derramó el vaso fue la omisión que cometió la fiscalía a cargo de Gómez Trejo al haber quedado en libertad un sinnúmero de miembros de la delincuencia organizada al no haber invocado los protocolos de Estambul en tiempo y lugar.

Muchas acciones se han emprendido para conocer el paradero de los jóvenes; no reconocerlo me parece injusto. Ha habido un sinnúmero de detenciones, incluyendo militares de alto rango, funcionarios federales y estatales, miembros de la delincuencia organizada y quien era el titular de la Procuraduría General de la República.

Es cierto que falta lo más importante: la localización de los restos de los jóvenes que aún no han sido identificados. Nada nos daría más alegría que conocer esta noticia y cerrar este terrible capítulo de la historia de nuestro país.

Los padres y las madres siguen luchando como el primer día. En muchos casos su salud se encuentra muy deteriorada, por ello la urgencia, como lo he planteado muchas veces, de dar celeridad a la reparación del daño, sin que eso signifique claudicar en la lucha. Esto es un asunto de humanidad.

Por lo que a mí toca, en estos diez años he acudido a declarar un sinnúmero de veces a la fiscalía para el caso Ayotzinapa. No tengo abierto ningún proceso ni señalamiento alguno.

Está acreditado que no participé en la famosa verdad histórica y que durante toda mi vida no he tenido vínculo alguno con grupos de la delincuencia organizada.

Aporté todo lo que estuvo a mi alcance para que a Ayotzinapa le fuera mejor. Fui el único gobernador que visitó sus instalaciones, conviví amigablemente con los estudiantes, y realicé la mayor inversión para mejorar sus instalaciones.

Tal vez fui un romántico porque me propuse cambiar Ayotzinapa y hubo intereses oscuros que se empeñaron en que eso no sucediera.

Contribuí finalmente en el rescate de 68 jóvenes que pudieron haber corrido la misma suerte que los 43. Me tocó la maldición de que estos hechos sucedieran siendo el gobernador de mi estado, como le pudo haber sucedido a otro. Tengo mi conciencia tranquila, estoy en paz, pero me sigue doliendo profundamente lo que ese día sucedió, porque ese día, Guerrero quedó roto para siempre.


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