Verónica y las donas

  • Vertebral
  • Ángel Carrillo Romero

Laguna /

Hace aproximadamente un año, Verónica Briones —una mujer de 41 años de edad, madre de tres hijos y comerciante independiente— recibió una noticia que partió su vida en dos. 

Tras una serie de estudios médicos, le confirmaron lo impensable: un tumor en etapa dos se había alojado en su seno izquierdo. 

Ella misma relata que, al escuchar el diagnóstico, la sangre se le heló. 

Pensó en lo peor, como suele ocurrir cuando la palabra “cáncer” irrumpe sin permiso en la cotidianidad. Sin embargo, decidió no rendirse, aun cuando la situación económica de su familia ya era frágil.

Verónica y su esposo sobreviven de la venta de comida en tianguis o en cualquier rincón donde la imaginación y la necesidad les permitan instalarse. 

No hay sueldos fijos, ni prestaciones, ni certezas; sólo jornadas largas y el esfuerzo diario por llevar sustento a casa.

Gracias a la intervención oportuna del personal médico del Hospital General de Gómez Palacio, Durango, Verónica hoy se encuentra en proceso de recuperación. 

Ha superado una mastectomía parcial y varias sesiones de quimioterapia que, aunque desgastantes, le devolvieron la esperanza. 

Pero la historia se ensombrece cuando uno se la encuentra —en plena convalecencia— sentada en un crucero, específicamente en el bulevar Jabonoso, vendiendo donas para sobrevivir.

Ahí, entre el ruido de los automóviles y el frío que cala hasta los huesos, Verónica ofrece lo único que puede para costear medicamentos que el Sector Salud no le proporciona. 

Y no se trata de un problema aislado de Gómez Palacio: el desabasto de fármacos en el país es real, persistente y devastador. Este es apenas un rostro entre cientos, quizá miles, de personas que hoy no tienen ni medicinas ni los recursos para adquirirlas.

Su madre y su hermano elaboran alrededor de 200 donas diarias, que venden a diez pesos cada una, para intentar reunir los 3 mil 800 pesos que cuesta un medicamento indispensable que Verónica debe consumir mes con mes. No hay tregua, no hay descanso. 

Por eso ella deja el reposo recomendado y sale, incluso en las bajas temperaturas, a vender donas: porque la enfermedad no espera y la necesidad tampoco.

Esta es una dolorosa postal del México actual: clínicas públicas sin tratamientos completos y pacientes obligados a elegir entre sanar o comer. 

Ante ello, sólo queda sentar precedentes y decir, con humanidad y vergüenza compartida: ánimo, Verónica. 

Pero también exigir que el Estado cumpla su obligación más elemental: garantizar el derecho a la salud.

Más opiniones
MÁS DEL AUTOR

LAS MÁS VISTAS

¿Ya tienes cuenta? Inicia sesión aquí.

Crea tu cuenta ¡GRATIS! para seguir leyendo

No te cuesta nada, únete al periodismo con carácter.

Hola, todavía no has validado tu correo electrónico

Para continuar leyendo da click en continuar.