No podemos crear un porvenir apto para nuestros nietos con un sistema construido para nuestros abuelos; la Cumbre del Futuro será una oportunidad para perfilar instituciones más eficaces
En estos momentos están teniendo lugar en Nueva York las últimas negociaciones para la Cumbre del Futuro, que se celebrará este mes y en la que los jefes y jefas de Estado acordarán reformas de los elementos constitutivos de la cooperación mundial.
Las Naciones Unidas han convocado esta singular cumbre en vista de la cruda realidad: los problemas mundiales avanzan más rápido que las instituciones diseñadas para resolverlos.
Lo podemos apreciar allá donde miremos: los conflictos y actos de violencia atroces infligen un sufrimiento terrible, las divisiones geopolíticas abundan y la desigualdad y la injusticia están en todas partes, corroyendo la confianza, agravando el resentimiento y avivando el populismo y el extremismo. Los tradicionales problemas de la pobreza, el hambre, la discriminación, la misoginia y el racismo están adoptando formas nuevas.
En este contexto afrontamos amenazas nuevas y existenciales, desde un caos climático y una degradación ambiental galopantes hasta el desarrollo de tecnologías como la inteligencia artificial en un vacío ético y jurídico.
La Cumbre del Futuro reconoce que está en nuestras manos solucionar todos estos problemas. No obstante, solamente los líderes mundiales pueden llevar a cabo la modernización sistémica que necesitamos para ello.
La toma de decisiones en el plano internacional es anacrónica. Muchas instituciones y herramientas de la esfera internacional son producto de los años cuarenta, anteriores a la globalización, a la descolonización, al reconocimiento generalizado de los derechos humanos universales y la igualdad de género y también a los viajes al espacio, por no hablar ya del ciberespacio.
Los vencedores de la Segunda Guerra Mundial siguen primando en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, mientras que ningún país de África tiene un asiento permanente. Por otro lado, la arquitectura financiera mundial es sumamente desfavorable para los países en desarrollo, ya que, al no proporcionarles una red de protección cuando afrontan dificultades, los hunde en la deuda y, así, los obliga a dejar de invertir en su gente.
Además, las instituciones mundiales ofrecen un espacio limitado a muchos de los principales actores del mundo actual, desde la sociedad civil hasta el sector privado. La juventud que heredará el futuro es prácticamente invisible, y los intereses de las generaciones futuras tampoco están representados.
La idea está clara: no podemos crear un futuro apto para nuestros nietos con un sistema construido para nuestros abuelos. La Cumbre del Futuro será una buena oportunidad de replantear la colaboración multilateral para que se adapte al siglo XXI.
Una de las soluciones que hemos propuesto es la Nueva Agenda de Paz, que pretende modernizar las instituciones y las herramientas internacionales encargadas de prevenir y hacer cesar los conflictos, incluido el Consejo de Seguridad. En ella se aboga por renovar los esfuerzos encaminados a librar al mundo de las armas nucleares y otras armas de destrucción masiva y por ampliar la definición de seguridad para que englobe también la violencia de género y la violencia de bandas. La Nueva Agenda de Paz tiene en cuenta asimismo las amenazas para la seguridad que puedan surgir en el futuro, en reconocimiento de que los métodos de guerra van evolucionando y de que corremos el riesgo de que las nuevas tecnologías se utilicen como arma. Por ejemplo, necesitamos un acuerdo mundial para proscribir los sistemas de armas autónomos letales que pueden tomar decisiones de vida o muerte sin ninguna forma de participación humana.
Las instituciones financieras mundiales deben ser un espejo del mundo actual y estar habilitadas para encabezar una mejor respuesta a los desafíos que estamos afrontando, por ejemplo en cuanto a la deuda, el desarrollo sostenible y la acción climática. Ello supone tomar medidas concretas para afrontar el endeudamiento insostenible, aumentar la capacidad de préstamo de los bancos multilaterales de desarrollo y modificar su modelo de negocio para que los países en desarrollo tengan un acceso mucho mayor a financiación privada a tipos de interés asequibles.
Sin ese financiamiento, los países en desarrollo no podrán afrontar la mayor amenaza para nuestro futuro: la crisis climática. Necesitan recursos con urgencia para dejar de utilizar combustibles fósiles, que están destruyendo el planeta, y pasarse a la energía limpia y renovable.
Por otro lado, como los líderes mundiales destacaron el año pasado, para acometer los avances que se necesitan desesperadamente a fin de lograr los Objetivos de Desarrollo Sostenible, también es clave reformar la arquitectura financiera mundial.
La cumbre se centrará asimismo en las nuevas tecnologías que tienen repercusiones a escala mundial con miras a buscar maneras de cerrar la brecha digital y establecer principios compartidos en pos de un futuro digital abierto, libre y seguro para todos.
La inteligencia artificial es una tecnología revolucionaria con aplicaciones y riesgos que apenas estamos empezando a comprender. Hemos presentado propuestas concretas para que los gobiernos, junto con las empresas tecnológicas, el mundo académico y la sociedad civil, trabajen en marcos de gestión del riesgo de la inteligencia artificial y en la vigilancia y la mitigación de sus efectos nocivos y el reparto de sus beneficios. La gobernanza de la inteligencia artificial no puede dejarse en manos de los más ricos, sino que todos los países deben participar en ella, y las Naciones Unidas están resueltas a ser el foro que aúne los esfuerzos de todo el mundo.
Los derechos humanos y la igualdad de género son el hilo común que vincula todas estas propuestas. La toma de decisiones en el plano mundial no puede reformarse si no se respetan todos los derechos humanos y la diversidad cultural de manera que se garanticen la plena participación y el liderazgo de las mujeres y las niñas. Exigimos que se renueven los esfuerzos por eliminar las barreras históricas —jurídicas, sociales y económicas— que excluyen a las mujeres del poder.
Los constructores de la paz de los años cuarenta crearon instituciones que ayudaron a evitar una tercera guerra mundial y llevaron a muchos países de la colonización a la independencia, pero no reconocerían el panorama mundial de hoy.
La Cumbre del Futuro es una oportunidad de construir instituciones y herramientas de cooperación mundial más eficaces e inclusivas, acordes con el siglo XXI y el mundo multipolar en que vivimos.
Insto a los líderes mundiales a que la aprovechen.