La vida es demasiado corta para ser pequeña (Milán Kundera)
Noviembre y sus días dedicados al recuerdo, a honrar a quienes trascendieron. A recordarnos que también, vamos a morir.
Si pudiéramos ver el encuentro con la muerte con amorosa y agradecida mirada, podríamos, tal vez, tener claridad en la importancia de vivir transformando y mejorando el entorno.
En mi juventud, asistí a muchos eventos formativos, hacíamos ejercicios enfrentándonos al momento final, a ese donde hubiéramos dejado de existir.
En unas viejas dinámicas, el equipo preparaba un ataúd colocado al centro del lugar, había flores, plañideras, coro, era realmente un sepelio.
Nos pedían pasar a mirar a la persona fallecida, esperando la conociéramos. Saber si fue feliz o tuvo una triste experiencia corpórea, si tenía ideales y lucho por ellos, o fue un peregrinar de un sufrimiento a otro.
Al acercarnos a la caja, veíamos el propio rostro, reflejado en un espejo al interior del féretro, en ese momento de silencio y reflexión, se esperaba que nos decantáramos por un camino alegre, vivo y bendito.
Éramos jóvenes entre 15 y 25 años, cuestionándonos cómo gastaríamos nuestra vida, a que le apostaríamos, cuál sería la propia causa.
Hoy más de 40 años después, encuentro que varias de aquellas juventudes encausamos la vida en la senda del bien común desde diversos ámbitos, política educación, artes, ciencia, y compromiso social colectivo.
La especie humana, puede dar mucho si se forma, acompaña y toma conciencia de su dignidad de persona, de su responsabilidad para transformar, teniendo presente que no existe forma de evitar el “memento mori”.
El trabajo intencionado con la gente, que rehaga el tejido social, no puede esperar.
Recordémoslo ante el altar, entre el pan, la ofrenda y los y las muertas.
@INCIDE FEMME