Tuvo que venir una ola de indignación mundial para que Donald Trump lanzara un decreto que detuviera la separación de familias de inmigrantes “ilegales”. Es decir, solo una vez que su miserable proyecto se vio duramente criticado por voces que provenían incluso de los sectores conservadores dentro y fuera de Estados Unidos, Trump decidió recular y mostrar al mundo una vez más la bipolaridad por la que transita su gestión: expidió un decreto contra su propio decreto. Él nos salva, por el momento, de sí mismo.
Significativamente, Laura Bush, esposa del ex presidente de Estados Unidos George W. Bush, vino a recordar lo que representan las imágenes de niños inmigrantes separados de sus padres y enjaulados como animales: “Estas imágenes son reminiscencias, escalofriantes, de los campos de concentración de japoneses estadunidenses de la Segunda Guerra Mundial, ahora considerado uno de los más vergonzosos episodios de la historia de Estados Unidos”.
Cierto que su país conoce otras atrocidades que han avergonzado históricamente a la humanidad: el exterminio, despojo y luego confinación en reservaciones de las comunidades indígenas, la esclavitud y más tarde la segregación racial que todavía era oficial hace apenas unas décadas. Pero, con toda razón, Laura Bush alude a un momento en el que la paranoia antijaponesa humilló y separó a muchas familias que habían trabajado para el desarrollo de una nación que creían suya.
Allende el Atlántico, la primera ministra británica, Theresa May, nos sorprendió a todos por la fuerza de sus palabras: “Las imágenes de niños encerrados en lo que parecen ser jaulas es profundamente perturbadora… Esto está mal, no es algo con lo que estemos de acuerdo, no es el enfoque del Reino Unido”.
Pero los mexicanos que intentan llegar a Estados Unidos en pos de empleo y bienestar no son los únicos que enfrentan políticas agresivas e inhumanas que terminan lesionando sus derechos más elementales. Alguien dirá ¿quién los manda? Pues la miseria en la que viven. Todos podemos estar seguros de que ni ellos ni sus hijos desean exponerse a todos los atropellos, maltratos y vejaciones que sufren (no pocas veces a la muerte) solo por capricho.
Ahora mismo en Europa hay muchos ultraderechistas que comulgan perfectamente con la agenda antiinmigración de Trump. Hace apenas unos días, el barco Aquarius navegaba por el Mediterráneo con más de 600 inmigrantes y refugiados en espera de que algún gobierno los acogiera, luego de que Italia, por decisión del nuevo ministro del Interior, Matteo Salvini, les cerrara las puertas a pesar de que en ese navío se encontraban mujeres y niños que requerían auxilio médico y alimentos con urgencia.
Para su buena suerte, el gobierno español les permitió desembarcar en Valencia, a lo cual Salvini respondió cínicamente que no le incomodaría que los españoles se hicieran cargo de algunos miles de inmigrantes más.
Ese gobernante es un patán que ha crecido políticamente con ese discurso contra los extraños que tanto cimbra a los italianos que creen en una nación “pura”, libre de extranjeros menesterosos. Se estrena en el poder mostrándose impasible ante el drama de esos cientos de almas a la deriva, y eso es lo que le aplauden de inmediato sus seguidores. Así es como reconfirma que la sangre fría y el desprecio por esos pobres venidos de fuera da votos y popularidad. No les ha fallado a sus electores, embrutecidos por la patraña de que todos los problemas que enfrentan se deben a los inmigrantes.
El Parlamento de Hungría aprobó también hace unos días una ley que castiga con cárcel a los que se compadezcan y ayuden a migrantes, refugiados y solicitantes de asilo. Ese maravilloso país, gobernado por un nacionalista fascistoide de nombre Viktor Orbán, ha conseguido aprobar una ley contra la compasión y la solidaridad, prácticamente contra aquello que nos hace seres humanos si consideramos todo lo que supone sentir el deber de ayudar al prójimo.
Sujetos como Orbán trabajan para la instauración de un régimen en el que sea recompensada la delación y prive el miedo a todo aquello que no sea aprobado por las autoridades, un sistema policiaco donde los intrusos sean rechazados y los ciudadanos castigados cada vez que incumplan la normatividad. Desde luego, también premiará, por ejemplo, a quienes actúen patrióticamente como aquella reportera que hace un tiempo pateó a varios refugiados, incluidos niños, que intentaban entrar por la frontera con Serbia (menos mal que había otros reporteros allí, auténticos, para registrar su deplorable conducta).
Polonia, gobernada por el partido Ley y Justicia, no transita por un camino muy diferente. Gobernantes siniestros y pueblos desmemoriados (porque también han sido perseguidos en distintas épocas) son el principal obstáculo para que la Unión Europea avance en su propósito de acoger a los solicitantes de asilo y fortalecer las actividades humanitarias.
Qué lejos está el mundo de los principios más elementales de solidaridad. Es una larga noche que hace felices a personajes como Trump y sus pares europeos. Pero lo más aterrador quizá no son ellos, sino sus electores, esos simpáticos ciudadanos que son capaces de ser infinitamente más cariñosos con sus mascotas que con un forastero hambriento o moribundo.
ariel2001@prodigy.net.mx