La "venganza" del INE

México /

Desde antes de su arrollador triunfo electoral, Andrés Manuel López Obrador ha sido beneficiario de uno de los mayores defectos que tiene la fe en cualquiera de sus manifestaciones: la ignorancia de los hechos. Si en lo religioso esto puede conducir a un tipo de actuación irracional (por ejemplo, esperar curar una infección grave al invocar el favor de alguna deidad en lugar de aplicar un antibiótico), en el campo social la historia demuestra que la fe política puede convertirse fácilmente en intolerancia y obcecación autoritaria.

Hay mucha gente educada, que incluso forma parte del mundo de la cultura, el arte o las ideas, que sería incapaz de suponer que una enfermedad grave se puede curar con una oración. Sin embargo, hoy mismo son incapaces también de poner en duda por un momento la superchería que supone creer que las 50 reformas anunciadas por AMLO cambiarán profundamente al país. 


Pero, insisto, esto no es nuevo. El ganador de la elección presidencial tiene plena conciencia de la fe ciega de sus seguidores más consolidados, a tal punto que creyó innecesario debatir seriamente con sus adversarios (y eso le fue aplaudido por sus panegiristas como un destello de genialidad estratégica), y así también dejó sin responder montones de cuestionamientos sobre la corrupción o criminalidad probada de algunos de sus candidatos y aliados, o acerca de sus ideas puntuales sobre diversos temas (aborto y derechos de los homosexuales, para no ir más lejos).

Ahora, en la borrachera del triunfo, esta fe es más ciega y desmemoriada que nunca. Y lo más preocupante es que ha crecido a niveles que ponen en riesgo la labor periodística y, desde luego, la condición crítica de los medios y los intelectuales que participan de ellos.

Si en sus 18 años de campaña muchos sectores que presumían de críticos le perdonaron todo, ahora en las semanas que lleva despechando como si estuviera ya en la silla presidencial, han pasado abiertamente no solo a renunciar a sus facultades para poner en duda las medidas contradictorias que se vienen anunciando, sino a construir con su vergonzoso silencio un oficialismo “progresista”.

Ya tuvimos un presidente (Enrique Peña Nieto) que no pudo documentar más que su analfabetismo funcional. Ahora vamos a tener un presidente que prometió en 2016, a través de un spot, encabezar una rebelión en la granja: “Se pasan, usan dinero para comprar lealtades, engañan, compran votos, trafican con la pobreza de la gente. Por eso pueden postular a una vaca o a un burro, y gana la vaca o el burro; son lo mismo, fulanos y menganos, puercos y cochinos, cerdos y marranos, pero pronto, muy pronto, habrá una rebelión en la granja, pacífica, y se acabará con la corrupción y la violencia”.

Acerca de esto, en su momento escribí: “A confesión de parte, relevo de pruebas: nadie lo tuvo que acusar de ser un tipo de político que se inscribe perfectamente en el universo orwelliano… Sin embargo, el faux pas de AMLO me parece más revelador en lo que hace a la reacción de algunos de nuestros intelectuales, profunda y extrañamente complacientes con él. Son los mismos que (con acierto y oportunidad) señalan las aberraciones de Enrique Peña Nieto, pero son incapaces de sentirse al menos inquietos frente a quien proclama el advenimiento de una rebelión en la granja. Pero ya lo dijo George Orwell en el prefacio a su genial libro: ‘La cobardía intelectual es el peor enemigo al que tiene que enfrentarse un escritor o un periodista, y no me parece que se haya dedicado a este hecho el debate que se merece’”.

Ahora, frente a la multa del Instituto Nacional Electoral (INE) impuesta a Morena, el ambiente “crítico” guarda silencio o de plano, al grito del líder máximo: “¡Vil venganza!”, participa del linchamiento de INE y de los periodistas que dan seguimiento al tema.

La multa, aplicada por el comprobado fraude a través de un fideicomiso de “apoyo” a los damnificados del terremoto, desde luego no le ha gustado a López Obrador, y la descalifica con el mismo lenguaje áspero que le conocimos en su campaña.


¿Es todo un invento del INE? ¿Puede una institución, que ha garantizado el reconocimiento (por todos) del triunfo electoral de AMLO, urdir una “vil venganza” en contra suya? ¿Para qué? ¿De qué se querría vengar el INE? ¿De haber hecho posible que el voto de todos cuente?

La multa se sustenta en los hechos. La airada reacción ante ella descansa en la farsa de que una organización inmaculada llevó al poder a AMLO. No hay venganza. Lo que hay es una realidad que, con sus hechos, tarde o temprano aparece.

Previniendo que comience la prometida “rebelión en la granja”, las instituciones independientes, los medios, sus editores y reporteros tienen que defender esa posibilidad en la que Orwell cifraba la defensa de la libertad de expresión: poder decirle a la gente lo que no quiere leer, ver o escuchar.


ariel2001@prodigy.net.mx


  • Ariel González Jiménez
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