El secretario general de la ONU, António Guterres, se reunió la semana pasada con el presidente ruso, Vladimir Putin, al final de la cumbre de los BRICS. Esto, a pesar de que Putin tiene una orden de aprehensión emitida por la Corte Criminal Internacional, una corte que, aunque hoy no depende de la ONU, fue parcialmente fundada por ella. Más allá de lo cuestionable y cuestionado de esta visita, el hecho genera una contradicción evidente. Pero quizá lo más relevante sea que la lamentable confusión del secretario general es una excelente analogía del extravío generalizado en el que está atrapada la ONU.
En los últimos años se han acumulado argumentos tanto para criticar como para defender las labores de la ONU. Por ello, adentrarse en ese debate sería estéril. Lo que sí es evidente es que tanto defensores como críticos de la organización coinciden en un punto común: la ONU necesita urgentemente transformarse. Hoy en día es un terco Frankenstein burocrático que se empeña en seguir caminando, pero sin rumbo alguno. Ha perdido su visión y, como consecuencia, ha extraviado su misión.
Uno de los problemas más serios que enfrenta la ONU radica en su altísimo costo y su escaso beneficio. Diversos estudios y críticas señalan que las operaciones de la ONU no siempre justifican los recursos invertidos. La estructura burocrática de la organización tiende a ser pesada y costosa y, a la vez, extremadamente lenta e ineficaz. Algunos informes de la propia Oficina de Servicios de Supervisión Interna (OIOS) y auditores externos han destacado los gastos administrativos excesivos que limitan los fondos destinados a los programas. Además, la duplicidad de esfuerzos entre agencias que operan en los mismos temas y áreas geográficas incrementa aún más los costos sin necesariamente aportar resultados proporcionales. Si a esto se le agrega la torpeza política por la pobre sensibilidad de muchos funcionarios, la crisis se agrava.
En este contexto, la ONU debería primero renovar su visión y, con ello, ajustar su misión. Esto traería consigo nuevos objetivos y tareas específicas que respondan a las necesidades del mundo actual. Sin embargo, el problema radica en que en la ONU, como en cualquier burocracia, nadie parece querer cambiar. La prioridad en esas estructuras suele ser mantener el statu quo, lo que dificulta y seguirá complicando cualquier transformación significativa.
La ONU tiene el potencial de volver a ser una fuerza para el bien común a nivel global, pero para lograrlo debe dejar de ser la actual ONU y soñar convertirse en algo diferente, que haga algo nuevo que ilusione y, sobre todo, en algo que mínimamente funcione. Es la opinión multilateral de tu Sala de Consejo semanal.