Premios

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Los premios internacionales han sido durante décadas una fuente de legitimidad para las personas y causas que los reciben. De un modo u otro, se asume que el ser reconocido por una organización distinta a las nacionales es un privilegio que valida y blinda la reputación de quien lo recibe. De ahí el atractivo y el deseo de ser galardonado donde sea y por quien sea, fuera del propio país.

Este año en particular, ante un mundo convulso, parece que la disputa ideológica global se peleó en la arena de los premios por la paz. El ejemplo más evidente siendo la decisión de otorgar el Premio Nobel de la Paz a María Corina Machado, lideresa visible de la oposición venezolana. Que el Nobel recaiga en Machado, justo cuando Washington intensifica su presión sobre Caracas, revela algo más que un gesto humanitario: confirma un fuerte mensaje geopolítico e ideológico. Esto es algo muy similar a cuando ese premio lo ganaron Liu Xiaobo, líder de la oposición birmana, o incluso Mijaíl Gorbachov, premier soviético aliado de occidente.

Al mismo tiempo, y en este mismo sentido, la FIFA decidió crear de la nada un inédito e inesperado “Premio de la Paz” para entregárselo al presidente Donald Trump durante la ceremonia inaugural del sorteo del Mundial 2026. La escena fue políticamente explícita: ante la decisión del Comité Noruego del Nobel de no entregar su premio al mandatario estadounidense, para el cual por cierto fue repetidamente nominado por diversos países aliados, la federación futbolística mágicamente creó un equivalente. Aún no es muy claro si el premio de la FIFA exaltó la paz, pero lo que sí logró fue dejar claras las habilidades de Gianni Infantino, presidente del organismo futbolero, para utilizar la diplomacia deportiva como herramienta de halago y, con ello, de influencia.

Ambos episodios demuestran que la paz, paradójicamente, es hoy un campo de batalla. Los premios se han vuelto la moneda simbólica con la que las potencias y los actores transnacionales buscan moldear narrativas, legitimar aliados, exhibir adversarios y posicionarse en la conversación internacional. En este contexto, no sorprende que el reconocimiento a Machado o el nuevo premio de la FIFA generen lecturas divergentes según el bando ideológico que los analiza. Lo que parece no obstante ser inobjetable es una incómoda verdad: vivimos un momento en el que hasta la paz necesita patrocinador.

Así, más que celebrar o condenar estos galardones, conviene entender su función real: no son brújulas morales, sino mensajes codificados dentro de una disputa que ya no se libra sólo en las cancillerías o los organismos internacionales, sino también en escenarios mediáticos globales. Y esta es la interpretación ceremonial de tu Sala de Consejo semanal.


  • Arnulfo Valdivia Machuca
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