Tu calaverita

Ciudad de México /

Flor de veinte flores, es la Cempasúchil; color naranja profundo, como la temporada otoñal que describe, y efímera, como la festividad que representa. Es la flor de muertos, que en un solo mes nace, refulge y muere, como tú, como yo, como todos los que hemos venido a este plano a vivir, fundamentalmente para morir.

Mil millones de dólares vale el negocio de la época de muertos en México. Eso calculan quienes saben. Entre maquillaje, viajes, montaje de altares, comercio de flores y organización de eventos, la muerte le da de comer a muchos vivos y también a muchos vivales que aprovechan la temporada para, en noviembre, hacer su agosto.

Pero el negocio de la muerte no acaba el 3 de noviembre, quizás acaso porque la muerte como hecho existencial no acaba jamás. Por ejemplo, el negocio mundial de servicios funerarios cerrará el año valiendo más de 113 mil millones de dólares; mil millones más que en 2021. O sea que en 2022 nos morimos más. Y no es extraño, porque además de que la población mundial promedio está envejeciendo, la muerte es lo que inefablemente pervive a la vida porque, ¿qué es la vida, sino el fugazmente relativo tiempo que pasa antes de que llegue aquello que sí es inevitablemente absoluto y objetivo, que es la muerte?

Al negocio de la muerte están indisolublemente ligadas otras lucrativas industrias. ¿Qué sería del narcotráfico, del secuestro o del robo con violencia, sin la muerte? De no existir el miedo a morir o el homicidio a sangre fría, ninguno de los métodos de coerción usados por los criminales sería efectivo. La muerte es así el principal combustible de las industrias ilícitas, que a nivel mundial generan alrededor de 300 mil millones de dólares anuales.

La muerte es además el producto predilecto de la religión y la espiritualidad; una industria mundial que, por cierto, vale más que la criminal: 400 mil millones de dólares. ¿Cuánto valdría la fe en la vida eterna y en la reencarnación si nos dejara de aterrar la inminencia de la muerte? La respuesta es: nada.

“No vale nada la vida”, cantaba a pecho herido José Alfredo Jiménez. La muerte sí vale y mucho; más que por los miles de millones de dólares que genera, porque su sola alusión nos invita a disfrutar la vida. Quizá por eso la celebramos en una catrina, en la borrachera de un velorio o en los versos de una inspirada calavera; en la anglosajonería del Halloween o en un disfraz mal armado para la fiesta del vecino. Ahí está la muerte, entre nosotros, siempre, viva; viva siempre.

Y ya sea que seas prestador de servicios, enterrador, narcotraficante o, aún mejor, sacerdote, no dejes de agradecer a la muerte, que te da de comer y bien: una amiga fiel que nunca deja de darte tu calaverita. La Muerte, eterna y majestuosa. La Señora Muerte. Es la reflexión obitual de tu Sala de Consejo semanal.

Arnulfo Valdivia Machuca

@arnulfovaldivia


  • Arnulfo Valdivia Machuca
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