La Ilíada, atribuida a Homero, es una de las obras fundamentales de la literatura universal. Narra la guerra entre griegos y troyanos, marcada por el orgullo, la ambición y la violencia que consume tanto a héroes como a inocentes. Más allá de sus batallas épicas, esta obra es una reflexión sobre cómo los conflictos prolongados destruyen sociedades, dejando cicatrices profundas en quienes no empuñan las armas pero padecen sus consecuencias.
México enfrenta hoy una guerra distinta, pero con resonancias similares: la lucha contra el narcotráfico. Como en Troya, el conflicto no se limita a dos bandos claramente definidos. Hay intereses políticos, económicos y sociales que se entrecruzan, mientras la población civil vive en medio de la violencia.
Las comunidades afectadas son como las ciudades que rodeaban Troya: testigos del poder, la destrucción y la falta de soluciones duraderas.
En esta analogía, Aquiles representa la fuerza militar del Estado: poderosa, pero a veces impulsiva y reactiva. Héctor simboliza a las comunidades que, pese al miedo, resisten y defienden su hogar. Y Agamenón refleja a las élites políticas, que muchas veces priorizan la imagen de victoria sobre el bienestar real de la población.
El resultado es una guerra prolongada que erosiona la confianza y multiplica las pérdidas humanas.
Así como Troya cayó no solo por las armas, sino por la división y el desgaste, México enfrenta el riesgo de seguir atrapado en un ciclo de violencia si no aborda el problema con profundidad, estrategia y unidad.
La Ilíada nos recuerda que la verdadera victoria no está solo en derrotar a un enemigo, sino en restaurar la paz y la dignidad de un pueblo que ha sufrido demasiado.