-“Tú que vas allá arriba, Ignacio, dime si no oyes alguna señal de algo o si ves alguna luz en alguna parte. -No se ve nada.
-Ya debemos estar llegando a ese pueblo.
Tú que llevas las orejas de fuera, fíjate a ver si no oyes ladrar los perros. Acuérdate que nos dijeron que Tonaya estaba detrasito del monte. Y desde qué horas que hemos dejado el monte. Acuérdate, Ignacio.
—Sí, pero no veo rastro de nada.
Me estoy cansando.
-Bájame.
-Te llevaré a Tonaya a como dé lugar. Allí encontraré quien te cuide. Dicen que allí hay un doctor. Yo te llevaré con él. Te he traído cargando desde hace horas y no te dejaré tirado aquí para que acaben contigo quienes sean.
Se tambaleó un poco. Dio dos o tres pasos de lado y volvió a enderezarse.
—Todo esto que hago, no lo hago por usted. Lo hago por su difunta madre. Porque usted fue su hijo. Por eso lo hago. Ella me reconvendría si yo lo hubiera dejado tirado allí, donde lo encontré, y no lo hubiera recogido para llevarlo a que lo curen, como estoy haciéndolo. Es ella la que me da ánimos, no usted. Comenzando porque a usted no le debo más que puras dificultades, puras mortificaciones, puras vergüenzas.
Este es un fragmento del cuento “No oyes ladrar a los perros” cuento que conforma la joya literaria de, El llano en llamas, que Juan Rulfo escribió en 1953. El cuento se basa temáticamente en la narración del conflicto entre un padre y su hijo. La constante pregunta, “Ya debemos estar llegando a ese pueblo Ignacio”, refleja el hecho de que los dos protagonistas se hagan casi uno solo, y de que las orejas del hijo suplan a las del padre: ¿Ya estamos cerca de Tonaya?
Desde que López Obrador y su “Movimiento de Regeneración Nacional" triunfaron en las elecciones federales de 2018, la oposición ha estado errando de manera sistemática en los discursos que definen los parámetros ideológicos de su comunicación con la sociedad civil. La sociedad se siente abandonada, a la deriva, muchos no se sienten representados por los partidos políticos que conforman al Congreso de la Unión. El verdadero fracaso de esta oposición es no darse cuenta de que hay un descontento en el país que va más allá del suyo y que tienen como prioridad la conquista y preservación del poder a través de arreglos, componendas y chantajes y no la obtención del apoyo ciudadano a través de la selección de buenos candidatos y de la generación de ideas, programas y estrategias de gobierno que resulten atractivas y convincentes para la ciudadanía.
Así como la figura de un padre que, de noche y a la luz de una luna llena en medio del llano, lleva sobre sus hombros en busca del pueblo Tonaya a su hijo recientemente herido, así se encuentra la ciudadanía llevando sobre sus hombros, cansada, en la oscuridad, a una oposición conformada por partidos políticos que se encuentran a la deriva.
El padre le dice que está cansado, igual que el ciudadano que paga sus impuestos y que mantiene una estructura partidista que no funciona de contrapeso a las decisiones que nacen del Palacio Nacional. La ciudadanía tenía grandes expectativas en la oposición, pero estas se desvanecieron rápidamente, igual que el padre con la pérdida de su esposa y la fragmentación de su familia. “No oyes ladrar los perros”, sigue sirviendo de persistente recordatorio de cómo tantas promesas han sido olvidadas e incumplidas.
Padre e hijo logran por fin llegar a Tonaya, donde el hijo podrá recibir asistencia médica. Entonces el padre puede depositar al hijo en el suelo, pues hasta ahora lo cargaba en los hombros. La señal tanto ansiada y esperada, “por todas partes ladraban los perros” y es por eso por lo que la misión que emprende el padre al cargar a su hijo es un verdadero acto de piedad, así como nosotros seguimos cargando sobre los hombros a una oposición que no se lo merece.
¿Y tú no los oías, Ignacio? No me ayudaste siquiera con esta esperanza.
Es una pena estar perdido en la oscuridad del llano, a mitad de la noche, no se escuchan ladrar a los perros, para la sociedad mexicana, Tonaya todavía está muy lejos.