El “contenido” nos está devorando, así se llama al aglomerado descomunal de información que habita en Internet y que la gente consume con apetito. Es un fenómeno de comer y ser comido, la ballena que se traga a Jonás mientras este cree que él se comerá a la ballena. No es así, el cetáceo es más grande y potente, y su apetito es mayor. Tragados, digeridos por ese contenido la masa se unifica, es un gigantesco bolo alimenticio que piensa, habla y cree en lo mismo. En el autoengaño asumen que eso que piensan es original, actual y les otorga una identidad.
Es la identidad de la masa, una amalgama de ignorancia y saturación de contenido sin valor. El filósofo alemán Byun Chul Han, en su conversación sobre Dios con las ideas de la filósofa Simone Weil dice “Quien sabe mirar se vacía, se convierte en nadie”, habla del vacío y de la atención, que para los Vedas es la meditación. Convertirse en nada es alejarse de ese ruido que llaman contenido, abstenerse, y concentrarse en la observación del propio silencio. La separación del alma de esa masa que la traga, salirse como lo haría la inasible ráfaga de un respiro.
Estar con uno mismo, con el alma, con el silencio es observar, mirar sin pensar en lo mirado, en la entrega del yo con lo que está presenciado. Simone Weil decía que esa entrega es la única que acerca a Dios. Creo que es la única que da espacio al alma. Gandhi hizo de su misión y de su trabajo esa entrega, con su mantra que lo alejaba del miedo y lo llevaba a la concentración de su ser. El mantra silencia a la mente. Dice Arjuna a Krishna “¡Es imposible meditar! La mente es incontrolable como el viento”, Krishna responde “Practica, practica”. Educar a la mente.
La mente educada, que se concentra en un objetivo es como un elefante bien entrenado, dice Gandhi, que va en el mercado con su conductor que lo guía con una vara de bambú, y con leves toques lo aleja de las distracciones. No se distrae, camina entre las frutas del mercado, sin comer o tocar. Eso lograba Gandhi meditando, se concentraba en su alma, en su mente, en su misión.
Es muy similar la concepción de Simone Weil, Chul Han y Gandhi, es la búsqueda de alejar a la mente, al alma de la basura que la contamina hasta convertirla en parte de ese bolo alimenticio, gris y amorfo. La manera de liberarse es vaciarse, convocar ese espacio de silencio, limpio de la suciedad que circunda. Mientras el “contenido” crece la ignorancia aumenta en paralelo, se han convertido en una pareja indisoluble, dependientes, adictos a sí mismos.
La solución la dan los filósofos citados: hay que ayunar, pasar hambre, dejar de consumir. Es indispensable saber discriminar, palabra vetada pero urgente. Discriminar entre lo que nutre y lo que abotaga, inflama y satura el ser de confusión y ruido. Hambre, sin temer a la inanición, al alma, a la mente le tomará mucho sacar esa contaminación, reposar y quedarse callada, limpia. Tal vez llegar a Dios es llegar a lo más profundo del propio ser.