El tatuaje, entre la maestría y el fraude

Jalisco /

La piel es una propiedad inviolable, cubre nuestro ser, nos significa más que el nombre, es protección y placer, tocar y tocarse, es un ritual que se comparte, consagra la cercanía. El arte en la piel se posiciona en una señal de identidad, un tatuaje describe a la persona, le da un simbolismo que manifiesta esa propiedad de sí mismo con un sello imborrable e intransferible. Plasmar un tatuaje actualmente es tomado como una moda insensible y sin consecuencia, es tal la banalización de los tatuajes que parece una epidemia contagiosa, abundan los tatuadores sin talento y la gente enseña orgullosa “obras” que parecen pegatinas que les regalaron en una bolsa de papas fritas. Lo de menos es que con el tatuaje les den el bonus track de una hepatitis B, traer en el cuerpo un dibujo mal hecho, con colores pésimamente aplicados y además con una infracreatividad dice que el portador es una persona sin noción de la belleza y el simbolismo, en resumen, que comparte el subnivel de inteligencia de su tatuador. Elijan antes que nada a un artista, el tatuador debe ser un buen dibujante, con lenguaje, con un dominio de la caligrafía, los maestros tatuadores son como los maestros calígrafos del siglo XVII. La mente y el cuerpo deben estar preparados para un acto irreversible, es penoso ver la manera en que esto ha proliferado con gente que carece de la elemental noción estética, que están metidos en un negocio que está de moda y no tienen ni idea de cómo se hace un dibujo, que aplican plantillas de catálogo sin originalidad. Cada parte del cuerpo tiene una función y eso le da una significado en la existencia, no es lo mismo ponerse un tatoo en un brazo que en la pierna, los selfie adictos, por ejemplo, que creen que no existen si no enseñan el trasero, se ponen un tatoo para buscar popularidad, y lo que hacen es demostrar que son tan baratos como la “obra” que les imprimieron. La ética artística es parte de la estética del tatuaje, en trascendental la intervención del artista, la higiene, la calidad de los materiales van unidos a una inevitable maestría para crear y dibujar. La gente es libre de hacer con su piel lo que pueda, y es evidente que cada tatuaje se parece a su dueño, las cabezas vacías traen tatoos que los representan y los describen, por eso es casi inexplicable que además decidan marcar su cuerpo con un dibujo mal hecho o sin imaginación que dice a gritos que siguen una moda sin razonar. La tradición oriental como los tatoos japoneses llegan a un grado de perfeccionamiento que hacen de la belleza un vestuario íntimo. La moda distorsiona la ceremonia y la lleva hasta la aberración, con gente que llena su cuerpo en una obsesión de cubrirse y se convierte en un fenómeno de circo, agrediendo con su presencia al arte y a la corporeidad. El tatuaje podría ser una asignatura en las carreras de artes plásticas, y reconocer a los maestros tatuadores en su labor para preservar la disciplina del dibujo, la caligrafía y el color y de paso, anular a la gente oportunista que está vandalizando algo que es un arte.

  • Avelina Lésper
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