La silla de Tovar

Jalisco /

La silla es para sentarse a pensar, comer, descansar, al esperar le da un sitio a la incertidumbre. Nos sentamos en ella para trabajar, detrás de un escritorio hay una silla que soporta la cotidiana reunión con las labores. Sin embargo, existe otra silla, es la del pintor surrealista Iván Tovar. Esa no es utilitaria, nunca tuvo ese fin. Tovar, en sus delirios sadianos, la creó para descargar en ella nuestras obsesiones.

La Silla de Tovar es suave, sin aristas, tiene las curvas de un cuerpo humano deformado para ser el depositario de las 120 Jornadas del Divino Marqués. Al acariciarla con los ojos cerrados, el tacto, ese sentido hedonista, reconoce las formas y las hendiduras que nos guían para llegar al centro de la insatisfacción. Tovar, como Sade, sabía que el placer es egoísta, tiraniza, y que, en el vacío de la saciedad, está su destino. Hizo esta escultura en bronce, de dimensiones humanas, una obra que sintetiza sus búsquedas estéticas y sensoriales. No fue suficiente. Sentado en su Silla, tocándola con calma, pensaba, y La Silla lo escuchaba. Monumental, más grande que la escala natural, que pueda contener todas las obsesiones, todas las carcajadas de Juliette, las lágrimas de Justine, las imágenes de los espejos de Madame Saint Ange. Así enrome, para que el placer tenga un sitio para convocarse a sí mismo.

Tovar murió sin ver esa Silla monumental. El 15 de septiembre de 2024 se develó en Times Square, en el ruidoso y promiscuo corazón de Manhattan, La Silla Monumental de Iván Tovar, gracias a la obstinación y el esfuerzo de la Fundación Iván Tovar, dirigida por Daniela Tovar y Héctor José Rizek. Es una pieza de acero fundido, que brilla con el sol que aplasta las calles. Es pesada, contundente, hermosa. Es un acto de voluntad y de violencia, que se posa esperando que las modelos semi desnudas que cobran por tomarse una foto con ellas y sus tocados de plumas, posen su voluptuosidad delante de ella.

El público pasa en medio de ese ruido, de esa cascada de imágenes proyectadas en las pantallas gigantes, y se detiene ante la Silla. El arte atrae, es otra fuerza, una presencia que rompe con el escándalo de las imágenes publicitarias, el arte es absoluto. Se fotografían con ella, la tocan, acarician sus formas, es un imán que atrae. La Silla está, és el espíritu de Tovar, de sus pinturas que describen en formas humanas sin cuerpos reconocibles, las evoluciones coreográficas de las pesadillas que nos negamos a narrar al psiquiatra.

Onírica en el sentido de los sueños de Tovar. Tal vez no soñaba, pero como artista, como lo hicieron Dalí y Remedios Varo, imaginaba sus sueños. Esos, los creados por la mente del arte, son más reales que los “naturales” tienen su propio código. Como un Tarot. Las pinturas de Tovar se pueden leer como un Tarot. En esta silla se sientan la Pitonisa y la Reina, el Loco y el Sumo Sacerdote. Toneladas de acero, suave, brillante, en Times Square, el surrealismo es el sueño del presente.


  • Avelina Lésper
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