El pasado 11 de septiembre fue aprobada la polémica reforma judicial de la que tanto hemos escuchado últimamente. Esta ley fue aprobada apenas por un voto tras un desenlace telenovelesco que logró convencer al senador faltante de la oposición, lo que despertó muchos rumores sobre presiones y acuerdos para omitir investigaciones sobre corrupción del funcionario. No lo sabremos, pero no sorprendería.
¿Qué es esta reforma? Es el cambio más importante en el poder judicial desde 1994, la reforma constitucional más controvertida de la historia reciente del país.
¿Por qué? Mil 700 jueces de la Corte Suprema, federales, electorales, estatales y de apelaciones tendrán que hacer campañas en lugar de ascender. Lo que ante muchos ojos resulta en una concentración de poder preocupante.
Mas allá de las opiniones, podemos hablar de las implicaciones. Expertos, como relatores especiales de la ONU, han visto con ojos de preocupación los cambios pensando que van a socavar la independencia de los tribunales al poner jueces que, por ser electos popularmente, puedan tomar decisiones basadas en sus electores más que en la justicia. México ha sido señalado a nivel mundial.
Incluso el mismo presidente de la Suprema Corte mencionó que esto podría dejar a los jueces más vulnerables al crimen organizado e incluso violar el tratado comercial más importante para el país, el T-MEC. De igual manera, Estados Unidos y Canadá han expresado su preocupación por esta reforma y la respuesta del gobierno mexicano a estas opiniones tampoco ha sido la más acertada.
Podemos continuar con la oposición, otra arista digna de un análisis real: no hay. Cuando se acabó la elección, se acabó también la agenda de quienes intentaban hacer un contrapeso. Este cambio es alarmante, polémico y controversial pero no apunta a nada nuevo o alejado de lo que nuestro país padeció durante 70 años. La última realidad que quiero mencionar es que también nuestro país es joven y que tanto la oposición como la ciudadanía supieron en el pasado cómo librarse de yugos desiguales cuando los límites se sobrepasaron . El momento del país es histórico, pero no olvidemos que para ponerlo del lado del bien o del mal, nosotros, los votantes, los que elegimos, los que ostentamos el poder en la democracia, también jugamos un papel crucial.