Madres migrantes

León /

Cada 10 de mayo, México se detiene –aunque sea un poco– para rendir homenaje a quienes han dado vida, cuidado y dirección a tantas generaciones: las madres. Esta celebración, sin embargo, no debería quedarse en lo simbólico ni en lo comercial. Hoy más que nunca, en un mundo donde los valores de la ternura,el cuidado y la empatía parecen desdibujarse frente al individualismo, reconocer la figura materna es un acto de justicia y conciencia social. Casi revolucionario.

La historia nos recuerda que las madres siempre han estado en la primera línea de las transformaciones. En 1971, por ejemplo, un grupo de madres mexicanas cruzó la frontera hacia El Paso, Texas, para buscar a sus hijos desaparecidos tras operaciones migratorias.

No hablaban inglés, no tenían recursos, pero sí una fuerza que sólo el amor maternal puede explicar. Se enfrentaron a autoridades migratorias, presionaron consulados y levantaron la voz en una época donde ser madre migrante y pobre equivalía al silencio. Ellas no solo encontraron a sus hijos: encontraron también una voz colectiva que inspiró movimientos de defensa de derechos de migrantes en décadas posteriores.

Esa misma fuerza vive hoy en miles de madres mexicanas que migran a Estados Unidos. Muchas lo hacen solas, dejando atrás a sus hijos con la promesa de reencontrarse. Otras se los llevan en brazos, atravesando desiertos, fronteras, y el miedo constante. Al llegar, enfrentan un país que no siempre las acoge con dignidad: un idioma que no dominan, leyes que las excluyen, jornadas laborales que las agotan. Y aun así, ellas sostienen. Alimentan, enseñan, cuidan, construyen comunidad y futuro.

Estas madres son, en muchos casos, el único sostén emocional y económico de sus familias. Son maestras, enfermeras, cocineras, traductoras, mediadoras. Son el núcleo afectivo en medio del desarraigo. Y, paradójicamente, siguen siendo invisibles en las políticas, en los medios, en la narrativa dominante.

En un mundo que exalta la rapidez, la productividad y la autosuficiencia, la ternura parece estar en peligro de extinción. Por eso, reconocer a las madres (sobre todo a las madres migrantes) es una forma de preservar esos valores humanos fundamentales que nos recuerdan quiénes somos y hacia dónde deberíamos ir como sociedad.

Este Día de las Madres, más allá de los gestos simbólicos, es vital devolverles visibilidad, dignidad y respeto. No podemos permitir que su fuerza quede relegada al silencio ni que su ternura sea malinterpretada como debilidad. Porque donde hay una madre, hay historia. Y donde hay una madre migrante, hay también futuro, lucha y esperanza.


  • Azul Etcheverry Aranda
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