Hubo un tiempo en que la vida en nuestro país era aún peor. Quienes no la padecieron, seguro escucharon sobre la década trágica: la del terremoto del 85, la del robo en las elecciones del 88 y encima de todo, la del temible América de los ochenta: uno de los mejores cuentos de horror del imaginario nacional, por debajo de la leyenda de La Llorona y encima del Chupacabras.
Tratar de vencerlos era malgastar el tiempo, pero nada es para siempre. Durante las dos décadas siguientes el América fue un equipo del montón que, eso sí, conservó su antipatía intacta. El aliento de la afición más incondicional de México: el siempre ferviente antiamericanismo, le mantuvo con vida como el equipo menos pequeño de nuestro futbol.
El americanismo es mucho más exigente. La añoranza de aquel equipo espectacular, goleador y multicampeón de los ochenta, ese idealizado América que ya pocos saben si fue realidad o ficción, ensombreció las brillantes gestas conseguidas bajo los mandos de Mario Carrillo y Miguel Herrera, cuando no agrió los títulos de Manolo Lapuente y Antonio Mohamed. Algo similar le pasa a la selección de Brasil: no importa cuánto gane o el tiempo que lleve jugando feo… por los siglos de los siglos sucumbirá ante la exigencia de quienes le demandan reconocerse en los vetustos y desfasados espejos de 1970 o 1982.
Diego Lainez, Guido Rodríguez, Edson Álvarez, Mateus Uribe y Agustín Marchesín. En el último año Europa desmanteló al América y las modestas apuestas para sustituirles están en el hospital (Nicolás Castillo, Nicolás Benedetti), la luna (Roger Martínez, Jeremy Menez) o el TVNotas (Memo Ochoa, Gio dos Santos). La realidad es que el América tiene un plantel plagado de futbolistas de perfil bajo o venidos a menos. Que desde 2014 ha vendido mucho más de lo que ha comprado. Y que aún así ha alcanzado 14 de 15 Liguillas, avanzando a 12 semifinales (Cruz Azul, Chivas y Pumas llegaron a dos cada uno en ese lapso). La última final la perdió en penales ante un equipo infinitamente superior y lo tacharon de fracaso. Sin el mínimo descanso físico ni anímico, volvió a empezar y, de manera inexplicable, es líder general. De todos modos -¡me quiero volver chango!- le llueven críticas.
Los medios, en su afán de complacer a la mayoría antiamericanista, se inventa debates que no corresponden a la realidad y limitaciones de sus futbolistas. Como el presuntuoso América vive de su imagen, le conviene aparentar que tiene un plantel poderoso, así que no se defiende de tamaña injusticia. Mientras tanto, Miguel Herrera no para de hacer magia y extender el milagro.