Me tocó ver de cerca la crisis de Chile. Estaba en Argentina, en una semana crucial: este domingo se votan elecciones presidenciales que podrían regresar a Cristina Kirchner al poder y quitar al actual presidente de su intención de reelección. Todo en Argentina está en stand by y la frase que sale de la boca de empresarios, empleados, maestras, amas de casa o estudiantes es “veremos qué pasa después del 27 de octubre”.
Y dentro de esta incertidumbre —con una crisis económica adobada por una inflación anualizada de más de 53% y un aumento de 60% en alimentos solo en el último año— el país vecino, tranquilo (ese ‘oasis latinoamericano’ como lo llamaba el propio presidente chileno, Sebastián Piñera), estalla en las calles, destruía el Metro y despertaba los peores recuerdos de represión militar en las protestas.
“Si eso hacen allá, acá hace rato que deberíamos haber quemado todo. Si nosotros estamos peor”, me dijo el taxista que me llevaba al aeropuerto.
En Chile también hay desigualdad, como en el resto de Latinoamérica, una de las regiones más inequitativas del mundo, donde compite con África. Según datos de Oxfam, en la región el 10% más rico de la población concentra 68% de la riqueza.
Precisamente en Chile, desde hace 23 años, se publica una encuesta, el Latinobarómetro, que mide las expectativas sobre democracia y situación económica de la población de los 18 países latinoamericanos más grandes.
El de 2018 fue el peor desde que lo lanzaron: no hubo ningún indicador, de todos los medidos, que tenga una evolución positiva y la caída de muchos llegan a un mínimo histórico. La percepción de retroceso que sienten los latinoamericanos es la más alta desde 1995. Las instituciones caen a su menor nivel de confianza, la política a su mayor nivel de desencanto.
Para 79% de los latinoamericanos en su país se gobierna para unos cuantos poderosos.
A la pregunta sobre cuál es el problema más importante del país, 35% dijo que son los económicos, luego la delincuencia (19%) y, por último, la situación política y la corrupción (9%).
“La percepción de distribución de la riqueza es un indicador altamente relacionado con el malestar de la población y las críticas al sistema político”, se lee en el informe de 2018. Y esta realidad han convertido a Latinoamérica en la zona más desconfiada del mundo: “los niveles de confianza caen sin importar la institución o el país. No hay sino pérdida de legitimidad de la democracia en los últimos años”, escriben los autores.
Si uno revisa los datos de Chile, parecía el campeón de los indicadores económicos, donde solo 16% de los chilenos decía que hay mala situación financiera. Pero es el país que peor se desempeña versus el promedio de la región en los indicadores de equidad, como la distribución del ingreso o para quien se gobierna.
Ahí estaba el dato. Ahí siguen estando los datos gemelos del resto de la región, incluido México.
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