Mono no Aware

  • El ornitorrinco
  • Bárbara Hoyo

Toluca /

Qué peligroso es acomodarse en la nostalgia, y aunque por sí misma es incómoda, hay una parte de nosotros que nos recuerda que en algún momento nos encontrábamos en un lugar más plácido. Tal vez más sereno. Tal vez con más olor y sabor. ¿Existió realmente ese tiempo? ¿O es una alianza de nuestra memoria con nuestros anhelos? Yo qué sé. Lo que hoy siento es que aun estando saturados de pasado, es el presente con la esperanza del futuro lo que nos mantiene vivos: queriendo, sintiendo. Así, en gerundio. Por eso me parece tan importante entender la diferencia abismal entre recordar, y sonreír o llorar; o recordarnos a nosotros mismos, y pensar que pudimos haber sido más felices si hubiéramos recorrido otro camino. Sí, el hubiera existe, y es un reclamo doloroso.

El martes estuve con Ale, amiga que conocí a través de mi madre y que ahora compartimos. Ale y yo nos conocimos cuando yo tenía 14 años y fue de las pocas personas que tuvo la gentileza de escuchar a mi adolescente incomprendida y, además, darle la mano y prestarle su hombro. Hasta la fecha lo hace, ahora nos entendemos mejor y el hombro es mutuo.

Botas, como la conocemos quienes la queremos, es una mujer sólida, de sabiduría oaxaqueña, que ha tenido que enfrentar las pérdidas de sus dos hermanos y de su padre. Es una experta en duelos, ofrendas, altares y homenajes. Tiene doctorado en conmoverse ante la vida y su profundo significado. Cada vez que nos vemos nos abrazamos tan fuerte que nos vaciamos la una en la otra hasta llenar el hueco que va formando el tiempo.

Esta vez, después de nuestro respectivo abrazo reparador, me compartió un concepto que lleva toda la semana acompañándome: Mono no Aware.

Mono no Aware es un término japonés que no tiene traducción literal pero hace referencia a la capacidad de conmoverse ya sea con alegría, melancolía o tristeza ante la belleza de lo efímero de la vida.

O como yo lo entendí en mexicano: es comprender que las no-cosas también llevan una fecha de caducidad, no sólo en su existencia sino también en lo que sentimos por ellas; es poder observar con sensibilidad lo que le hace el tiempo a la vida; y es contemplar que la finitud es parte de nosotros. El sentido de impermanencia.

Alguna vez escribí que los melancólicos saludamos como si nos estuviéramos despidiendo. Quizá la nostalgia no es otra cosa que una parte de nosotros que se quedó atrapada en el pasado. Y de ser así, lo mejor que podríamos hacer sería salir de ahí y dejar de ver con ansiedad la posibilidad de cambio, y comenzar a contemplarla con calma. Así entenderíamos mejor los ciclos con sus principios y sus finales.

Me da entereza pensar que mientras estemos vivos estamos a tiempo de asumir que el mejor momento es este. Es muy reconfortante abrir los brazos y poder abrazar muy fuerte lo que existe, porque algún día desaparecerá. Empezando por nosotros mismos.

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