La figura del Papa Francisco es poderosa no solo como líder religioso sino como guía social, respetable defensor de los derechos humanos y medio ambiente a nivel mundial. Los encuentros del pontífice con las candidatas Xóchitl Gálvez y Claudia Sheinbaum fueron privados y el Vaticano tuvo la sensibilidad política de recibir a las dos candidatas para no dar ninguna señal de preferencia.
Las visitas casi simultáneas forman parte de la guerra por apropiarse políticamente de la figura del Papa Francisco. Es una batalla por los significados político-religiosos presente en las campañas electorales. Lo que iba ser un golpe mediático de la candidata Gálvez del frente opositor fue hábilmente contrarrestado por la candidata oficialista.
En México, el prestigio y la imagen de los pontífices han sido utilizados políticamente. Recordemos las visitas del Papa Juan Pablo II a México. Por ejemplo, Carlos Salinas de Gortari utilizó con destreza y financió la faraónica gira del Papa Wojtyla, en mayo de 1990, para legitimarse. Las sospechas del 88 quedaron olvidadas. Los programas sociales salinistas de solidaridad fueron glorificados por el pontífice polaco. Sin embargo, no seamos ingenuos, la Iglesia y el sapiencial Vaticano también negoció sus intereses. Logró transformar la Constitución mexicana con el reconocimiento jurídico y mayores libertades para la Iglesia, así como el restablecimiento de relaciones diplomáticas entre la Santa Sede y el Estado mexicano
La Santa sede juega también al intercambio político. Francisco sabe que la Iglesia mexicana está débil y desunida. El Papa busca arroparla y favorecer su agenda social. A raíz de los asesinatos de los jesuitas en la Tarahumara, el episcopado ha desplegado severas críticas a las políticas de la 4T sobre seguridad, violencia y migración. Ha realizado notables foros para a buscar fórmulas de paz, según los prelados, en un país convulso y polarizado. Arropar las iniciativas de obispos en Tierra Caliente, en especial en Guerrero y Michoacán. Otra demanda histórica, introducir catecismo en las escuelas públicas. En suma, Francisco pretende potenciar la agenda de la Iglesia mexicana.
Electoralmente veo difícil una repercusión contundente del voto por la adherencia religiosa. Diversos casos y estudios sociológicos muestran que, al menos ahora, no gravita el voto religioso. Sin embargo, no demos descartar chispazos y enconos cuyo epicentro sea de esta índole.
Finalmente, me resulta chocante que mientras México vive un proceso gradual de secularización, la clase política, por el contrario, experimenta una patética reconfesionalización.