La oposición no va bien. Su candidata, Xóchitl Gálvez, no logra remontar suficientemente en las encuestas y la distancia que la separa de la candidata puntera, Claudia Sheinbaum, continúa siendo muy amplia. Si siguen como van las cosas, Gálvez no solo perderá las presidenciales, sino que perderá por un margen considerable.
AMLO es el resistol de las y los opositores. El rechazo y el disgusto visceral que les provoca el Presidente es su principal punto de unión. Otro elemento en común es su insistencia en culpar al gobierno de López Obrador de sus problemas.
Las voces y plumas de la oposición han empleado diversas estrategias discursivas para responsabilizar al gobierno de sus dificultades y evitar asumirlas como propias. Abordo a continuación algunas de ellas.
Una, central, ha sido acusar al presidente López Obrador de coaccionar o, al menos, de influir tramposamente sobre el voto de los sectores populares a través de sus programas sociales “clientelares”. Esos programas tienen una amplia aceptación entre la población y, en los estudios disponibles, sus beneficiarios muestran una clara preferencia por la candidata de Morena. Es muy comprensible que no les gusten a los opositores. Lo que no me queda nada claro es por qué el partido en el gobierno —por cierto, justamente el que los impulsó— no tendría que usarlos electoralmente a su favor. ¿Las elecciones no se tratan de recompensar las buenas acciones de los gobiernos y de castigar las malas? ¿De veras queremos que los gobiernos que arrojan buenos resultados en alguna parte de su gestión renuncien a capitalizarlos electoralmente? ¿Por?
Otra línea discursiva empleada por las y los opositores es que el Presidente y su gobierno han configurado una cancha dispareja que injustamente beneficia al gobierno y le impone desventajas infranqueables a la oposición. En la supuesta ventaja injusta del oficialismo intervienen dos elementos: el ser gobierno y el uso del poder del Presidente en contra de las instituciones electorales, del Poder Judicial y de los opositores, así como a favor de su candidata y su partido.
La ventaja de ser gobierno no merece mucha tinta. La tienen todos los gobiernos del mundo y todos la usan o intentan usarla electoralmente a su favor. La segunda, en cambio, es atendible y le ha ofrecido cuantioso material a la oposición para cantar una y otra vez: “cancha dispareja”. Sin negar que todas esas conductas del Presidente han contaminado el terreno de juego, hay dos preguntas clave que habría que hacerse para determinar si la oposición tiene razón en argumentar que lo disparejo de la cancha amenaza la integridad de la elección y prefigura —tramposamente— su resultado.
La primera es si las instituciones a cargo de organizar las próximas elecciones y de adjudicar los conflictos surgidos de estas están comprometidas. Es decir, si han perdido su capacidad operativa y su necesaria imparcialidad a fin de cumplir con su función. Mi respuesta es que no. Estresados y todo, tanto el INE como el TEPJF han podido resistir, hasta el momento, las presiones presidenciales. Su fortaleza institucional sumada a que no es previsible que tengamos una elección presidencial muy cerrada permiten suponer que lo más probable es que logren gestionar de forma institucional e imparcial el próximo proceso electoral. La segunda pregunta es si lo injustamente disparejo de la cancha resultará determinante para el resultado. De nuevo, mi respuesta es que no. La distancia entre las candidatas es tal que el efecto de los elementos disparejos en la cancha sobre el resultado no será decisivo.
La alianza opositora enfrenta múltiples desafíos y restricciones para crecer y convertir a su candidata presidencial en una opción realmente competitiva. No le ayudan nada un presidente con altos niveles de aprobación y tanto arraigo popular, mismo que usa sistemáticamente para favorecer a su candidata. Pero, los problemas más serios de la oposición son sus propios demonios.
Son muchos esos demonios, pero destaco aquí solo cuatro. El tremendo desprestigio de los partidos que integran la alianza opositora (PAN, PRI, PRD). Los frecuentes traspiés de su candidata a la presidencia. La falta de una estrategia de campaña con mensajes consistentes y focodisciplinado en los segmentos del electorado que busca movilizar y/o inclinar a su favor. Por ultimo y, más importante, la persistente desconexión de la oposición mexicana con las realidades sociales, económicas y simbólicas de la población del país. En especial con las de los sectores populares, pero, incluso con las realidades e imaginarios de las clases medias reales o aspiracionales.
Ya veremos si las oposiciones logran o no domesticar a sus demonios. De ello dependerá, en mucho, no solo el resultado final de la próxima contienda, sino también la configuración de poder más de fondo que surja de ella.