Trump, segunda temporada: ¿hologramas rotos?

Ciudad de México /
Luis M. Morales

Trump dedicó su segundo primer día como presidente a tomar decisiones que hacen saltar por los aires las premisas básicas desde las cuales los intelectuales, la prensa y buena parte de las élites en Occidente y sus suburbios llevan décadas pensando y describiendo el mundo. Estallan las coordenadas y restricciones asumidas como duras, pero, en la práctica, el mundo más que estallar sigue ahí, terco, caminando. Curioso. Como si esa realidad con mayúsculas de la que nos hablan los que llevan tanto interpretándola estuviera solo en sus cabezas. Como si fuera una suerte de holograma que, justamente al fracturarse, se revelase como espejismo compartido ya tan solo por unos cuantos.

En México viene pasando algo parecido en relación a López Obrador y Sheinbaum. Sus dichos y sus acciones les resultan incomprensibles y enfurecen cotidianamente a buena parte de los analistas que han dominado la conversación pública en nuestro país desde hace mucho. La incredulidad y la furia que les producen cosas como la cancelación del Aeropuerto de Texcoco, la reforma judicial y la desaparición de los órganos autónomos, entre muchísimas otras, los llevan a vaticinar una y otra vez la ocurrencia de catástrofes colectivas seguras. La reiterada no ocurrencia de tales cataclismos no ha servido para conmover sus certezas. Pase lo que pase en los hechos observables, sus premisas se mantienen incólumes, prestas a ser empleadas para pronosticar la siguiente crisis segura.

¿Cómo explicar que líderes como Trump, Orbán, Milei, Modi y AMLO, entre otros, rompan las premisas y las reglas del juego asumidas como más ciertas y fundamentales desde los 1980s por las élites occidentales y occidentalizadas y no pase nada o incluso se deriven de esas fracturas efectos positivos? ¿Cómo intentar entender esta situación tan desconcertante?

Una clave está en la gigantesca y ya muy documentada y discutida distancia entre el mundo que habitan esas élites y la experiencia vivida de los millones de excluidos de los beneficios de la globalización y la democracia realmente existente. Pero hay al menos dos elementos adicionales que habría que tomar en cuenta para empezar a desentrañar el misterio de los hologramas rotos.

Primero y para ejemplificar con el caso de Estados Unidos, la acumulación de grupos sociales, distintos a los segmentos de votantes blancos, de bajos ingresos y baja escolaridad lastimados materialmente por la globalización, en franca rebeldía contra el orden neoliberal y liberal de la posguerra (incluyendo, en épocas recientes, la agenda woke, las políticas neointervencionistas del gobierno Biden e incluso algunos de sus componentes liberales más clásicos tales como la centralidad de los pesos y contrapesos en lo político).

Piénsese, por citar los casos más inesperados y vistosos, en el grupo de billonarios technopunk de Silicon Valley que se pasaron con fervoroso entusiasmo al trumpismo o en el número creciente de latinos, afroamericanos y jóvenes estadunidenses que votaron por el susodicho en las últimas elecciones presidenciales. El vaciamiento cada vez más acelerado de la base social del Partido Demócrata tanto por abajo como por la parte de hasta arriba ayuda a explicar, obviamente, el triunfo de Trump en 2024. También aporta, sin embargo, un ejemplo elocuente de cómo aquellas coordenadas entendidas como “objetivas” del orden liberal y neoliberal de la posguerra se han ido quedando en muchos países occidentales sin bases sociales suficientemente amplias y potentes como para seguirles dando sustento.

El segundo elemento que convendría incluir en el análisis de los hologramas rotos es la acelerada pérdida de autoridad moral de los principios y reglas liberales y neoliberales sobre lo permisible y lo inadmisible. A este debilitamiento ha contribuido el propio ascenso al poder político de personajes como Trump, pues su violación desde la cima del gobierno les resta fuerza digamos intrínseca y legitima su violación por parte de todos aquellos que, por la razón que sea, las rechacen. También ha contribuido a la quiebra moral del viejo orden, sin embargo, la hipocresía cada vez más flagrante de sus impulsores y sus guardianes.

En relación a esto último, piénsese, como bien apunta Pankaj Mishra en un texto reciente, tan solo en dos ejemplos. El muy aparatoso doble estándar de los principales medios de comunicación e intelectuales públicos de Occidente en el tratamiento dado a la guerra en Ucrania (condena completa a Rusia) y la guerra entre Israel y Palestina (sesgo sistemático a favor de Israel). Segundo ejemplo: el tratamiento casi bélico dado por las universidades estadunidenses a aquellos de sus alumnos que se manifestaron en contra de la posiciones del gobierno y de las propias universidades en relación al conflicto Israel-Palestina. ¿Dónde queda en todo esto la defensa de la “verdad”, los derechos humanos, la democracia, la pluralidad y el diálogo razonado? Al parecer, en el cajón, cuando conviene.

Con todo esto, no estoy diciendo que lo que hacen estos nuevos líderes políticos tipo Trump esté bien o sea justificable. Lo que argumento aquí es que urge tratar de entender y explicar por qué esas cosas tan escandalosas que dicen y hacen los Meloni, Modi, Trump y que —según los guardianes del canon liberal y neoliberal— no deberían ni podrían pasar, ocurren en los hechos y el mundo sigue adelante, reconfigurándose a todo galope en torno justo a todo eso que se suponía era inadmisible o imposible.


  • Blanca Heredia
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