Roberto Sosa es el mandatario y Rodrigo Murray, el psiquiatra. La obra, Por la punta de la nariz, fársica, lúdica, buscando la risa del espectador. Un presidente o presidenta desnudando su interior para un discurso al público a fin de no ser el hazmerreír. Más muletilla que actuación, más búsqueda de carcajadas que conciencia ante la idea de que los políticos mienten siempre.
El poder, se dice, es simulación. Una disertación con más hipocresía que sinceridad. No son Palillo ni Cantinflas pero los actores lo intentan y logran el aplauso final. ¿Es así la realidad? No. Es emular lo que existe detrás de la persona que gobierna un país. La realidad han sido simulacros en los discursos políticos. La realidad es que, rascando en la intimidad del poder, encontramos vidas imperfectas en líderes que han tenido relaciones escandalosas, con consorte y aventuras reconocidas en el ámbito público, que dejan ver que son vidas poco ejemplares.
Eso ha pasado con mandatarios del pasado priista. Los del PAN simulan mejor, por decencia y moral hipócrita o religiosa. No se puede decir eso de los que han gobernado en la 4T, López Obrador y Claudia Sheinbaum. No, hasta hoy. La ética camina de la mano de la democracia. Importa decirlo porque hay un grueso de la población que cree más los discursos de los últimos siete años, que en periodos donde el escándalo por sus intimidades era el meollo en sus vidas privadas.
La obra que se representa en el Teatro Varsovia tiene meses en cartelera. El psiquiatra intenta buscar en el pasado del mandatario las razones de una picazón en la nariz que lo delatan como mentiroso. Sosa recurre a muletillas y lugares comunes y el público se desternilla de
risa. Murray, más mesurado en su papel, ausculta las razones
de los discursos huecos del falso líder. El problema es su infancia: fue el último de los hijos, los hermanos lo despreciaban, su padre no lo admiraba, el hijo hoy soberano de la nación miente para llegar al poder. Un ejercicio teatral lejos de lo real pero cerca del porqué somos como somos cuando tenemos el mundo a nuestros pies.
Claudia Sheinbaum no miente, según su alta aprobación, y a AMLO sigue uno revalorándolo.