Que la pausa sea como la música, el ritmo del drama. Que el silencio sea esa voz muda del movimiento actoral. Que el intérprete se despoje de cualquier nota de color sobre las palabras. Que una frase diga por sí misma la poesía trágica que envuelve lo humano. Una puesta en escena es como las matemáticas: sumar y restar...
Si uno lee Final de partida, las acotaciones de los diálogos deben llevarse como la ecuación para un resultado preciso. El dramaturgo no es un guionista para que el director de cine interprete sus palabras. No es un narrador donde cualquier lector analiza la obra según su capacidad. Lo que más se acerca a la dramaturgia es la exactitud de la música. O igualmente la pintura en su infinidad de posibilidades donde el artista plástico dicta un mundo.
Si se sabe lo aquí dicho, entonces el director de teatro —con talento— hace que el manuscrito se corporice. No olviden: la pausa vale igual que una palabra, el silencio se enuncia con el movimiento, y los sentimientos y razones no son ni interpretados ni razonados, son dichos de forma natural, a grito, susurro o sonido onomatopéyico. El público sabrá de esa manera que el teatro es un asunto vital.
José Luis Cruz dirige Final de partida al pie de la letra de los apuntes de Samuel Beckett. Los actores plasman en carne viva la destrucción del universo. No hay horizonte. No hay mar, sol, estrellas, Tierra. Queda el refugio después de la guerra y la explosión atómica. Queda el lenguaje como única expresión humana. Quedan vivos Clov, Hamm, Nell y Nagg. La tragedia como sátira, la ponzoña que el mundo se niega a ver, realidad que se acerca a un final sin salida. Elenco y música junto al siniestro humano. No hay más que decir porque todo acabó. Seguimos ciegos frente a guerras, campos nucleares y desastres sin par.
No habíamos visto esta pieza montada en México. Cruz logra transmitir esa esencia beckettiana donde se vale reír de uno mismo. Acierto del director y sus actores y actrices. Ir a verlos en Final de partida en El Círculo Teatral (solo los jueves), es asistir al humor sarcástico de un poeta luminoso que a pesar de todo nos ofrece un negro claro, en ese gris donde ni Dios puede existir.
Beckett, erudición sin asfixia.