El Tesoro de las Islas

  • Columna invitada
  • Ali Barcelata Luna

Ciudad de México /

Ningún hombre es una isla ni está completo por sí mismo, y ningún país costero puede llamarse completo sin mirar hacia su mar. Como escribió John Donne, todos somos parte del continente, una parte del todo. México no es la excepción: no es solo tierra firme, sino también archipiélago disperso, horizonte salino y frontera líquida.

México posee 4,111 islas, islotes y cayos distribuidos entre el Océano Pacífico, el Golfo de México y el Mar Caribe. Estas se clasifican en islas continentales, cercanas a la costa, y oceánicas, lejanas y dispersas como perlas en la mar. Algunas son mundialmente reconocidas como destinos turísticos paradisíacos, como Isla Mujeres, Holbox o Cozumel. Otras, menos concurridas, pero de enorme valor ecológico, como el archipiélago de Revillagigedo, han sido declaradas Patrimonio Natural de la Humanidad. Sin embargo, miles más permanecen como fantasmas cartográficos, siluetas olvidadas en los mapas y ausentes en la conciencia nacional.

Cada isla habitada y con vida económica propia extiende la soberanía mexicana 200 millas náuticas a su alrededor, generando una Zona Económica Exclusiva (ZEE) que convierte a México en la 13ª nación con mayor presencia oceánica. Por ello, las islas son mucho más que pedazos de tierra: son tesoros geopolíticos que lo consolidan como Estado ribereño con derechos y deberes en los espacios marítimos conforme al derecho internacional.

El territorio insular representa también un nicho ecológico, una ventana de oportunidad para el desarrollo económico y social, y una vitrina para proyectar la cultura mexicana en el mundo.

Las islas mexicanas son, además, extensiones estratégicas del poder nacional: favorecen la investigación y la innovación, albergan ecosistemas únicos y fortalecen actividades productivas como la pesca, la energía marina y el turismo sustentable. Asimismo, refuerzan la seguridad y defensa de rutas y fronteras marítimas al servir como bases para operaciones navales.

Otros países han comprendido claramente este valor. Indonesia, por ejemplo, ha hecho de sus más de 17 mil islas la base de su identidad geopolítica y de su estrategia de seguridad. Francia, por su parte, administra islas en todos los océanos del mundo, como piezas fundamentales de su influencia global. Japón ha defendido islotes rocosos con el mismo fervor y compromiso con que protegería una gran ciudad. Estas naciones entienden que el control del mar comienza con el cuidado de sus islas.

En México, destaca el papel de la Secretaría de Marina (MARINA), al impulsar iniciativas como el proyecto de desarrollo turístico y de preservación ambiental en las Islas Marías, transformando un antiguo complejo penitenciario en un espacio de memoria, ciencia y educación ambiental. La Armada de México mantiene presencia permanente en islas clave, fortaleciendo la seguridad nacional y protegiendo la soberanía para garantizar que nuestros territorios insulares sigan siendo mexicanos, sostenibles y protegidos.

La soberanía se desvanece en una isla desatendida. En el tablero geopolítico, quien abandona una casilla, la regala. La historia está llena de pequeños islotes que provocaron grandes conflictos, por lo que, en un mundo donde los mares cada vez más valiosos, cada roca cuenta.

Por ello es crucial impulsar el desarrollo del territorio insular mexicano con una visión soberana, justa y sustentable. Fortaleciendo la presencia del Estado, garantizando paz y seguridad, y promoviendo el bienestar social con una política pública basada en el respeto al medio ambiente, la ciencia y la justicia social, es posible transformar a nuestras islas en un ejemplo de prosperidad, soberanía y orgullo nacional.

Las islas mexicanas son más que accidentes geográficos, son extensiones de nuestra independencia y semillas de futuro. Quien controla sus islas, afirma su soberanía; quien las abandona, renuncia al poder que le otorga su geografía.

Las islas son faros de nuestra identidad y puestos avanzados de la nación. Al reconocerlas, nos reconocemos a nosotros mismos. Porque no hay patria mexicana sin mar, ni mar sin islas


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