Si se hiciera un buen documental sobre su vida, tendría que comenzar por la última escena: su ataúd… cubierto por la bandera de México.
La devoción que sintió, vivió y vibró por su país era inaudita. Antonio Aguilar tuvo la más fecunda y extensa carrera -que no ha alcanzado y seguramente no alcanzará ningún otro artista- difundiendo el folclor mexicano.
Además de participar en 167 películas, grabó ¡157 discos! y vendió 25 millones de ejemplares. Grabó más de 800 temas (muchos de ellos se repitieron en recopilaciones). Y lo largo de medio siglo recorrió el continente americano de cabo a rabo con un impresionante espectáculo ecuestre y de charrería, como no ha habido otro igual. Fundamentalmente, por verdadero. Entendido el tamaño del personaje, sigamos.
Nació el 17 de mayo de 1919 en una pequeña, lejana, desconectada y árida población llamada Villanueva, al sur de Zacatecas. Ahí, esos orígenes de sencillez y de campo que lo acompañaron por siempre. Por eso no tuvo que parecer lo que siempre fue.
Tuvo una formación profundamente religiosa... al grado de que acabó como pudo la secundaria y fue inscrito en el seminario de la región, en el que estuvo tres años para su preparación sacerdotal. Gracias a que cerró dicho seminario, se quedó a medio camino la posibilidad de hacerse cura. Ya se consagraría como algo más.}
Comienzan los oficios de juventud… de peón de hacienda a ayudante de mecánico. Un tío influyente (compadre de Lázaro Cárdenas, pues) lo jala a la Ciudad de México para trabajar en lo que hoy es el sistema de aguas y luego le paga la carrera de aviación en Nueva York, pero le levanta la canasta al darse cuenta que anda metido en unas clases de canto, bajo el argumento de que "no necesitamos payasos en la familia".
Trabaja de lo que puede. Descubre su pasión por el bel canto… le han dicho que tiene con qué y se va a Los Ángeles. Duerme tres noches en una banca de la céntrica Placita Olvera. Entre 1940 y 1941 toma clases y se convierte en lazarillo de un anciano ciego, Andrés Perelló de Segurola, bajo de ópera que décadas atrás había sido además el amigo y secretario del gran Caruso. Está cercano a las ligas mayores. En el estudio de Perelló conoce al compositor y pianista ruso Serguéi Rachmaninoff y al tenor italiano Tito Schipa y al director de orquesta Arturo Toscanini... y a otras leyendas por el estilo que van prendiendo el botón de la intensidad en su existencia.
Complicaciones propias de la Segunda Guerra Mundial lo regresan a México. Se instala en Tijuana por más de cinco años a trabajar en restaurantes y cabarets, donde termina por comprar uno quebrado, con 800 dólares y la sociedad de un cantinero. Los soldados y marinos que salen por San Diego para irse a morir a la guerra, antes cruzan la frontera y se van a emborrachar al Oscar & Tony's Havana Club. Fue su graduación como el empresario arriesgado que jamás dejaría de ser.
Aprendido el caminito, se mueve a la entonces mágica Ciudad de México y con 25 mil pesos en la bolsa se hace de otro cabaret quebrado... el elegantísimo Minuit (medianoche en francés). Estaba en la esquina de Ignacio Ramírez y el Paseo de la Reforma, donde la glorieta de Colón. Lo levanta y su tirada está clara: no le interesa el dinero, le interesa la fama. Lo que quiere es cantar y para ello necesita relacionarse al más alto nivel.
El Minuit se convierte en el lugar de moda. Ahí reservan mesa senadores, secretarios de Estado, gobernadores, empresarios y figuras cinematográficas como Jorge Negrete, María Félix, Gloria Marín o Tito Junco. Pedro Infante se presentaba constantemente para cortejar a la joven bailarina del lugar, Lupita Torrentera, con la que luego sobreviviría a un avionetazo y tendría dos hijos. Es también el lugar en el que se divierten las estrellas de Hollywood de visita en Mexicalpán de las Tunas: Cary Grant, Errol Flynn o Gary Cooper. Y para la variedad contrataba a Pedro Vargas, Toña La Negra o a ¡Agustín Lara!, de quien don Antonio solía enseñar a las visitas una foto con un juguetón autógrafo del Flaco del oro, en sí presumible: "Para Antonio, mi amigo y mejor patrón". Nomás.
El dramaturgo y novelista y crítico de teatro y música y mi maestro, Rafael Solana, platicaba que Tony Aguilar, como entonces se hacía llamar, acudió a él para buscar su aprobación y consejo; le puso algunas cosas que había grabado cantando ópera, insistía en esa ruta, cuando Solana le dijo elegantemente: "Qué va a cantar usted ópera ¡ni que estuviera tan panzón!".
Acá se escucha su voz educada de tenor, cantando el tema ‘Tres dilemas’, de Vicente Garrido.
Nuestro personaje entiende el mensaje y finalmente debuta en la XEW cantando boleros. En veredas paralelas se estrena también con pequeñas participaciones en el cine. En 1951 con Yo fui una callejera, con Meche Barba y Abel Salazar; en 1952 ya es coestelar ¡con Pedro Infante! en Un rincón cerca del cielo y Ahora soy rico, y con Pardavé y Silvia Pinal en El casto Susano. Y firma con la disquera Musart. Pero algo pasa que aunque no lo hace mal, no despega ni en lo uno ni en lo otro ni en lo otro. Mas no se rinde.
Lo llevan a Puerto Rico para hablar con Rafael Jibarito Hernández (Perfume de Gardenias, Lamento borincano, etc), que antes vivió una década en México. Conoce al país, a su gente y a su mercado, y está convertido en un gurú para muchos intérpretes... sabe quién sirve para qué. Y junto con la visión de Solana para bajarlo de la ópera, el Jibarito le dice: "lo tuyo es la música ranchera". Y comienza en Puerto Rico con el género que lo mantendría en el gusto de la gente hasta el lejano final de sus días. Arma una gira como cantante de música vernácula por Venezuela, Colombia, Ecuador y Perú. Regresa triunfador a México. Ahora es el estelar de la película Pueblo Quieto… y en el Follies Berger, de Garibaldi, donde antes cantaba boleros cubanos, ahora va con mariachi; y a los discos, igual. Es el protagonista de la saga del El Rayo Justiciero. El crédito ya no dice Tony. Poco a poco se convierte en Antonio Aguilar.
De las muchísimas películas en que apareció, fue convocado a algunas importantes como Los hermanos del Hierro (dirigido por Ismael Rodríguez con El Indio Fernández, Columba Domínguez, López Tarso, David Silva, José Elías Moreno y Pedro Armendáriz); en La Cucaracha (protagonizada por María Félix y Dolores del Río) y en La sombra del caudillo y en Ánimas Trujano (con Toshiro Mifune, Columba Domínguez y su ya esposa y por siempre amada Flor Silvestre).
De destacarse también su trabajo como Emiliano Zapata, dirigido por Felipe Cazals (1970) y en el cine hollywoodense, fue llamado a trabajar con John Wayne y Rock Hudson en The Undefeated (1969).
Hizo infinidad de películas como el protagonista de los más famosos corridos: Gabino Barrera, El ojo de vidrio, Valente Quintero, Simón Blanco, Benjamín Argumedo, Heraclio Bernal. Poco a poco, los corridos comienzan a ser indispensables en sus discos, en sus cintas y en sus presentaciones personales. Los difunde como género esencial de nuestra cultural musical, también los dedicados a los caballos: La yegua colorada, El patas blancas, Caballo prieto azabache, El Moro de Cumpas.
Su base musical estaba en el mariachi, en el conjunto norteño, y tuvo el mérito de popularizar el sonido de la banda, que ya existía, pero sin la difusión internacional que él le dio.
Desde mediados de los años 50, le gustaba rescatar canciones antiguas, de las que entonces eran de 40 años atrás y ya nadie cantaba. Nunca lo dejó de hacer. Todavía hacia 1989, con 70 años de edad, pega un hitazo con Y por esa calle vive, un tema creado en 1925.
Lo más notable es que con toda esta historia detrás, el gran gran gran éxito de su vida lo consigue en 1986, cuando ya tenía 67 años y toda su generación ya estaba retirada de la música o del planeta. En cada estación de radio de cada ciudad de Latinoamérica y de las ciudades hispanas en Estados Unidos, se escuchaba día y noche Triste recuerdo: "El tiempo pasaaaaaa / y no te puedo olvidaa-aar….".
'Triste recuerdo', su mayor éxito le llegó hasta 1986. Acá, en vivo y a caballo.
Qué dominio tenía del caballo, animal sagrado para él, como las vacas en la India. Era un jinete charro elegantísimo sobre sus caballos españoles, como no ha habido ningún otro. Tan elegante el cuaco como don Antonio, eran uno solo sobre la arena. Conformaban una pintura en movimiento.
Todos -es casi un decir- vimos ese espectáculo alguna vez en nuestro lugar. En plazas de toros, en jaripeos, en grandes pabellones deportivos de Centroamérica, de Sudamérica o en el Madison Square Garden de Nueva York, donde llegó a hacer seis noches seguidas. No se diga en cada una las muchas ciudades con gran presencia hispana de EU. Hacía giras que duraban diez meses sin descanso.
Cómo trabajó este hombre por exportar con orgullo el nombre de México con toda esa mexicanidad que de pronto nos damos cuenta que no la es más… o de que no hay quien la porte. Los mandatarios de cada país se querían retratar con él. Especialmente en Estados Unidos, era su enlace más efectivo. Era nuestro embajador vitalicio más honesto y poderoso y entrañable.
Así salía a su espectáculo que la gente esperaba cada año en todo el continente americano.
Quizá algunos no lo sepan y otros lo hayan olvidado y otros no le hayan dado el golpe, pero en la Placita Olvera, lugar de la fundación de Los Ángeles, California, como si fuera una estatua de Simón Bolívar en Colombia o en Venezuela o en Bolivia o en Ecuador o en Panamá… o como si fuera una de José de San Martín en Chile o en Argentina… lo que hay es una imponente y hermosa escultura ecuestre de Antonio Aguilar. A su modo, también los hacía sentir libres.
Supe por una fuente más o menos confiable, que con paciencia y generosidad, atendió y recibió varias veces a un imberbe reportero… que no sabía muchas cosas, pero que las quería saber. Le grabé muchas horas.
Hizo su gira de despedida en 2006. Y se acabó de ir el 19 de junio de 2007, a los 88.
Siempre le cantó a su pueblo… y como tantos y tantos, yo lo conocí. Antes de que fuera … un héroe de bronce.
@diazbarriga1