Todas las funciones de Gualberto Castro terminaban exactamente igual… con un público antes boquiabierto y al final, de pie.
Hizo de cada 12 de julio un motivo de alegría… lo sigue siendo. Nacido en esa fecha pero de 1934, hoy cumpliría 88 que nada más alcanzaron a ser casi 86 años de una vida intensa y fundamentalmente, divertidísima.
Inmenso artista. Fino, como una obra de arte mayor. Trabajó toda su existencia… jamás se detuvo. Vivió para cantar. Y más allá de ello, se le fue la vida arando… haciendo surcos en la tierra para sembrar amistad. No le hubieran alcanzado cuatro vidas para acabarse la que cultivó. No hay manera de no recordarlo con una sonrisa. La de él. Era todavía más poderosa que su voz perfecta.
Ir a escucharlo era como acudir a una faena de José Tomás, en la que bastaba ese instante sublime, con el que se sorprendía a sí mismo. Nada que pueda desmentir quien lo atestiguó en algún foro pequeño. No era un efímero llenador de estadios -si bien tuvo su época como vendedor de discos-… desde el cabaret o centro nocturno, era en esencia lo que era: un cantante íntimo, para no ser olvidado jamás.
Caminó despacio y sin parar durante 75 años de carrera profesional (comenzó desde niño, a los 10), de a poquitos en poquitos… construyendo una de esas pirámides en el desierto, que no se acaban con el viento.
No perdió la sencillez de los nacidos en el barrio. Para el caso, en la popular colonia Guerrero de la Ciudad de México. Su padre, Antonio Castro, tocaba la guitarra, componía (para quien no lo sepa es el autor de la letra, por ejemplo, de Así son ellas que se popularizara en una telenovela) cantaba muy bien.… y llegó a tener su programa de radio -El tenor incógnito- con Juan Arvizu y Vicente Bergman.
‘Disco dedicado a su padre, Antonio Castro, autor entre otros temas de ‘Así son ellas’ o ‘Vanidosa’.
Desde niño, Gualberto inicia como bailarín de cuadro en el Teatro Margo (luego el Blanquita); comienza a cantar primero en la radio pública… en Radio Gobernación y luego en la XEW, como intérprete de Gabriel Ruiz. Lo presentan como El Benjamín de los Tenores y aparece junto a todos los grandes cantantes de la época. Y ya es contratado en restaurantes… lo acompaña al piano, su primito de 7 años (3 menor que él), Arturo Castro. Par de escuincles virtuosos.
Gualberto también tocaba los timbales; al fondo su primo, pianista de infancia y director musical, Arturo Castro.
Con los años, Arturo, con sus hermanos Jorge y Javier, conforman el trío de Los Panchitos que al crecer se hace llamar Los hermanos Castro. Se presentan en el cabaret Run Run y experimentan en las trasnochadas, ya sin público, con una cuarta voz… la del primo mayor, Gualberto. Los arreglos vocales que logra Arturo -genio musical- dirigiéndolos, creando un sonido único, son majestuosos. Es acercado a escucharlos un empresario que pretende llevarlos de gira a EU. El sujeto pone una condición, ‘los cuatro, o nada’. La voz de Gualberto (que era de lo que se conoce como tenor corto) toma el rol de contratenor… alcanza el sonido de una soprano y remata el sonido que en las siguientes décadas, hará legendarios a los Castro.
A partir de 1960 se van haciendo de un cartel en Nueva York, en Chicago, en Los Ángeles, pero principalmente en Las Vegas. A tal grado que los Castro Brother’s son seleccionados para inaugurar el majestuoso Caesar’s Palace. Son un fenómeno. Permanecen hasta 1972 compartiendo carteleras en la ciudad del pecado con Harry Belafonte, Judy Garland, Neil Sedaka, Paul Anka, Sammy Davis Jr…. y con Elvis Presley y con el eterno mayor ídolo de Gualberto, Tony Bennett… o con Frank Sinatra. Ahí, como pateando un bote.
Si lo que pasa durante un fin de semana en Las Vegas, se queda en Las Vegas… ‘lo que pasó en 12 años, más’, decía el Gualas. Cuestión de echarle un poco de imaginación.
En esta etapa, además las giras intermitentes a Sudamérica y Europa, pasan cosas memorables… como el día en que apadrinan el lanzamiento de Liza Minnelli en la televisión… como el día que se les aparece en un antro de Chicago llamado el Trade Wings y donde estaban contratados, el mismísimo Sinatra, que habiendo llegado cuando el show ya había terminado, al grito de who the hell are The Castro Brother’s, solicita y consigue que regresen y canten sólo para él.
A partir de 1969 intercalan Las Vegas con el lugar que abren como empresarios en el DF… el Fórum. Con visión aprovechan la ola y traen a las superestrellas estadounidenses, principalmente y otros figurones brasileños o europeos. Para una gira larga, Javier se queda a cuidar el changarro y es cuando incorporan al grupo formalmente a al otro primo: Benito Castro… complemento, cómplice, compadre y compañero para siempre.
(Tarea mínima para escuchar de Los hermanos Castro: Perdiendo la razón, A las mujeres que amé, Yo sin ti, Llorar por dentro… Y después del amor).
Su primo Benito Castro… complemento, cómplice, compadre y compañero.
Para 1973, Gualberto emprende su camino como solista. Cada quién toma su rumbo… pero siempre que hubo ocasión se reunieron de nuevo sobre un escenario, hasta que la vida -con la muerte de por medio, se los permitió. En los hechos, el grupo de Los hermanos Castro, no se disolvió jamás.
Ese 1973 Gualberto gana el primer lugar del certamen OTI México con La canción del hombre de Felipe Gil, que es descalificada mediante maniobras en las que participa un conocido periodista de espectáculos y la cantante Imelda Miller, que siendo el segundo lugar con el tema Qué alegre va María de Sergio Esquivel, acaba quedándose con el primero.
Y en 1975 aquel concurso del OTI que le había negado lo que le pertenecía, ahora lo cubre de gloria en Puerto Rico. Y se convierte en el primer lugar internacional con el tema La felicidad, también de Felipe Gil (ahora Felicia Garza). Pareciera que la bella canción se convierte para Gualberto en una forma de vida, hasta el último de sus días.
Acá el video del día que Gualberto Castro ganó en Puerto Rico el OTI Internacional con el tema que sería su bandera de vida: ‘La felicidad’ de Felipe Gil.
Sea con disqueras grandes o independientes, graba mucho Gualberto. Todo lo que puede. Quién sabe si exista quien se tome el tiempo -y le alcance- de recabar con exactitud la cantidad de temas a los que le metió voz en un estudio. De manera que se ocupó de todos los géneros habidos y por haber. Pero hizo de las baladas una creación y de los boleros, versiones únicas como uno de los más puros intérpretes del ‘feeling’ más puro o paseado por los terrenos del jazz.
(Tarea, jóvenes. Hay que buscar y escuchar mínimamente: Hasta que vuelvas, Quién partirá, Por qué será, Qué mal amada estás y desde luego La felicidad).
De su paso por otros terrenos, quedó su participación con el papel protagónico de Tony -con María Medina en el papel de María) en la puesta del musical West Syde Story (Amor sin barreras) que se estrenó en el Teatro Hidalgo en 1976. Y televisivamente, desde luego, como anfitrión y actor de sketches en La carabina de Ambrosio entre 1979 y 1981, recordándose el cuadro que solía hacer con Beto, el Boticario.
Pero lo sustancial fue cantar, incansablemente… y en sus ratos libres se casaba. Y se descasaba. Seis o siete veces. Cinco de las que se acordaba, una que se le olvidaba y otra con la que no firmó. La última mujer en mi vida, dijera la canción del gran Arturo Castro, fue Gundy Becker… casi tres décadas a su lado. En público y en privado, Gualberto se desvivía en frase de agradecimiento por el amor que ella siempre le prodigó… hasta el último suspiro de él, a las 6.20 tarde de aquel jueves lluvioso 27 de junio de 2019.
En diciembre de 2014 se armó un espectáculo en Cancún al que me invitaron a participar por centenario del natalicio de Mario Ruiz Armengol… con los hermanos Castro, el venerado pianista Alejandro Corona y la giganta Irma Carlón. Luego del primer ensayo y de irnos a comer, a la orilla del mar, un pálido e inapetente Gualberto, había perdido además del color, la sonrisa. Unas horas después, la crisis en el cuarto del hotel. Falló el ‘bypass’ que le daba ritmo al corazón del Gualas. Gundy actuó de inmediato. Al urgencias de un hospital. Patricia Ruiz Armengol y Óscar Muiño -hija y yerno del homenajeado- se hicieron cargo de todo… incluso de conseguir y hacer llegar desde Mérida el aparato de repuesto que no había en Cancún. De milagro, el árbitro vio el reloj y ofreció un tiempo razonable de compensación. Cuatro años y medio más. Muy buenos.
“Si no hubiera sido por ti, esta noche no estaría yo aquí cantando”, le dijo meses después desde un escenario Gualberto a Patricia, antes de dedicarle el tema Muchachita que inspirada en ella compusiera Ruiz Armengol (con algo de letra de Fernando Fernández).
Los doces de julio… los últimos años, Gualas se hizo su fiesta de cumpleaños en un salón de la calle de Rumania en la colonia Portales… el empresario del local, Gustavo Uribe, cometió un gravísimo acto de justicia que lo debería condenar a las mayores bienaventuranzas de por vida, pues en la parte baja construyó e inauguró un foro al que bautizó -como un acto de tributo y de cariño- El fórum de Gualberto. Éste, uno por uno hablaba por teléfono a sus amigos, que resultaban ser los regalados con una noche de música, eterna.
En las recurrentes pláticas en las recurrentes asistencias a comer jugo de carne en el restaurante Allende de Copilco o las flautas de la colonia del Valle, que eran su delirio, surgían solamente un par de miedos de Gualas: a salir a hacer el ridículo en el escenario alguna noche o a la muerte… únicamente en el sentido de luego entonces “ya no poder cantar”.
No pasó ni lo uno ni lo otro. Se fue a tiempo. Nunca lo alcanzó la pérdida de facultades ni en su garganta ni en su diafragma ni su alma. Y sigue cantando. Mejor que nunca. Sobre todo aquello de que ‘la felicidad es una forma de navegar… por esta vida, que es la mar’.
Simpático en permanente modo de picardía… cálido y en permanente estado de ternura. No hay modo de no recordarlo con una sonrisa. Que fue suya. Y hoy es nuestra.