Pero qué bonito cantaba Javier Solís. Al principio, un frustrado imitador de Pedro Infante. Y al final -pronto final-, un cantante único… inimitable.
Su verdadero nombre era Gabriel Siria Levario. El 19 de abril de 1966, hace exactamente 55 años, murió a los 34 años. Sucedió en el cuarto 406 del Hospital Santa Elena, en la colonia Roma. Nadie se lo esperaba… nadie. Ni siquiera él, pese a que siempre advirtió el presentimiento de que su vida sería breve. Pero no tanto.
"Pude ser feliz / y estoy en vida muriendo / y entre lágrimas viviendo / el pasaje más horrendo / de este drama sin finaaaaal… / sombras nada más / acariciando mis manos… / sombras nada más / en el temblor de mi voz".
Las mejores interpretaciones las logró con temas tocados por la tristeza. Sabía sentirla mejor que nadie. Cuanto y más si había sido un niño -hijo de un padre alcohólico que pronto murió- al que su madre, antes de irse, lo había regalado a unos tíos. A partir de ahí, la dura pobreza con que creció en el barrio de Tacubaya, ya era lo de menos.
En la adolescencia, la necesidad se puso canija… más. No acaba ni la primaria… y tiene que cambiarse a la escuela de la vida: aprendiz de mecánico, repostero en una panadería y antes de dedicarse a la cantada, es carnicero… principalmente en un lugar llamado La providencia, en la colonia Condesa. Diez años se dedica a este oficio… exactamente los mismos que apenas durará su carrera artística profesional. Diez años.
Ahora sí que para completar la chuleta -nunca más congruentemente dicho- arma un trío musical con dos amigos y en el camino unos mariachis lo invitan a trabajar en la entonces turística plaza de Garibaldi… adentro -en el Tenampa- o en la banqueta, cazando heridos de amor que no se tenían que bajar de su carro para pedir y pagar una canción. En la carnicería ganaba 17 pesos de sueldo. En Garibaldi, 40.
Admirador hasta el tuétano de Pedro Infante, descubrió que imitándolo, gustaba. Y era válido: se trataba de poder comer y de poder salvarse. Era la mejor solución… que más tarde se convertiría en su principal problema. Canta tangos, boleros y los éxitos del ídolo de Guamúchil. Toma por nombre artístico el de Javier Luquín y se va colando a tugurios de barrio, a restaurantes de medio pelo y a cantinas importantes como el Guadalajara de noche, donde canta de mesa en mesa. Ese público ya lo busca. El dueño del lugar se da cuenta y lo mueve ya con un buen contrato al Bar Azteca, en San Juan de Letrán (hoy Lázaro Cárdenas) y Salto del Agua. Lugar frecuentado por famosos. Ahí lo van a ver los integrantes del famoso trío Los Panchos y uno de ellos, el puertorriqueño Julio Rodríguez, consigue que lo vayan a escuchar dos grandes compositores y en ese momento mandones en la poderosa disquera Columbia: Felipe Valdez Leal y Fernando Z. Maldonado. Ambos descubren una voz única, le graban dos temas. Valdez Lo re-rebautiza: desde ese momento es Javier Solís. Le firman contrato en 1956, pero nomás no pasa nada y no le pueden quitar su principal defecto… no entiende… está mimetizado con su ídolo y trae tatuada en la frente una P (… de Pedro).
El 15 de abril de 1957, Infante perece en un avionazo para tragedia propia y de Solís. Se agiganta la idolatría por aquél y se multiplican las ventas de sus discos. Lo que menos se requiere es a alguien que se le parezca. Y cuando están a punto de rescindirle el contrato a Javier… Felipe Valdez trae a Rafael Carrión, arreglista y compadre de Infante, para que en una última oportunidad, le quite el tono imitador y le arranque una voz propia. Después de mil ensayos con el tema Llorarás, llorarás (… mi partidaaaa / aunque quieras arrancarme de tu ser / cuando sientas el calor de otras cariciaaaas / mi recuerdo ha de brillar dooonde tú estéééés), Carrión lo hace cantar con su voz y la de la mejor instrucción de su vida: "ahora imítate a ti mismo". De ahí y hasta el cercano final de sus días, Javier Solís logra cambiar la moneda que siempre trajo en la bolsa.
‘Llorarás’… el tema con el que se imitó a sí mismo y lo hizo surgir
Entonces la industria del disco, decidió moverlo como el rey del bolero ranchero… creado en realidad muchos años atrás por Rubén Fuentes, cuando hizo el arreglo para mariachi del tema Amorcito corazón y lo puso en voz de Pedro Infante, el verdadero pionero del género que explotó con infinidad de canciones. Javier Solís llegaba después, pero con un dominio sobre su media voz perfecta que el sinaloense no tenía y que no ha tenido nadie más.
En poco tiempo, Javier Solís se convirtió en un fenómeno como vendedor de discos… con dimensiones tales que para 1960, la Columbia de Nueva York se propuso grabarlo internacionalmente. Para apadrinarlo se presentó Frank Sinatra, que de ese negocio algo sabía. Tenía, para efectos de la industria mundial en aquel momento, la bendición de Dios.
En el cine las cosas no fueron igual. A la muerte de Infante (… su karma), una decadente y voraz industria 'utilizó' a Solís para reemplazar a un irreemplazable, exponiéndolo al exhibirlo en unas 30 películas baratas, como lo que no era: actor. Ello, con tal de atascar la taquilla que por supuesto, atascaban.
Lo vigente -por memorable- es lo que dejó en canciones… ¡trescientas veintitantas! Entre ellas ¡Qué va! (que era además su grito de batalla), El pecador, Luz de luna, Se te olvida, Cenizas, Renunciación, He sabido que te amaba, Mentira, mentira, Si Dios me quita la vida y grabando la suite española de Agustín Lara, quedó como regalo para la cultura taurina la grabación de los pasodobles que sólo Alejandro Algara pudo grabar también con ese nivel de perfección (… por los menos lo temas citados en este párrafo, son tarea).
Y bueno, Payaso, Cuatro sirios, En mi viejo San Juan, Llorarás llorarás, El loco… se cuecen aparte. Y por encima de todo lo que logró, en su pedestal, quedó Sombras… cuyo título original es Sombras nada más, un viejo tango argentino compuesto en la década de los años 30, con letra de José María Contursi y música de Francisco Lomuto. Apenas la grabó con arreglo para mariachi Javier Solís en febrero de 1965, 14 meses antes de morir; el tema se convirtió desde entonces en la bandera que hoy ondea en su memoria.
Más allá del bolero ranchero, grabó mucha balada ranchera y se significó entre otros cantantes importantes del género vernáculo como el enorme Miguel Aceves Mejía, Antonio Aguilar, El Charro Avitia y Luis Aguilar. Esto en una década (la de los años 60) en que se enfrentaban a la era de rock en lo musical y en lo cinematográfico, a una época de oro del cine mexicano que, en términos generales, no los esperó.
El 12 de abril de 1966, Solís fue hospitalizado con una crisis de dolores estomacales, cuya atención había venido posponiendo. El 13 fue intervenido de la vesícula y complicaciones postoperatorias derivaron la madrugada del día 19, en una falla cardiaca dos días antes de que se le diera de alta, por su buena evolución: "Con el corazón no contábamos", habría dicho el médico como explicación final a sus familiares más cercanos. Esto más allá del mito periodiquero de la época, en el sentido de que se había muerto por tomarse un vaso de agua que estaba contraindicado.
"Si Juárez no hubiera muerto, todavía viviría…" dice el danzón. En semejantes circunstancias, Javier Solís (1931) cumpliría el próximo 1 de septiembre, 90 años de edad.
Su vida personal-sentimental-conyugal-extraconyugal-paternal fue, por decir lo menos, algo complicada: a los 34 años de edad… 11 hijos con cinco mujeres en relaciones simultáneas. Con los tormentos correspondientes… previos y posteriores. Una de ellas, la bailarina Yolanda Mollinedo -con la que tuvo una hija- se metió un tiro en la sien mientras escuchaba un disco de Javier, en abril de 1967… pocos días después de su primer aniversario luctuoso.
En su interior fue un hombre que logró dejar atrás su nombre, su pobreza y en general su pasado, labrándose a contracorriente un presente exitoso y un futuro que 55 años después acá nos tiene ocupándonos de su legado… y a la fecha, vendiendo el doble de discos de catálogo que Pedro Infante… aquel personaje, al que de uno y otro y otro modo, se quería parecer.
Con todas las complejidades que proponen la pobreza, el hambre, el dolor y el abandono… mucho mérito y mayor fortaleza tuvo aquel niño para llegar a la cima. Y para mantenerse como se mantiene en el recuerdo de un pueblo.
Si lo hubiera sospechado su mamá… no lo regala.