“¿Te imaginas tener una hija como ‘La Tucita’?”… dice el meme que por ahí circula. Irreverente… lista… audaz… hereje… encantadora… entrañable. Sin filtros. Sometible únicamente con la canción del Conejo Blas. Era la niña perfecta. Nunca dejó de serlo.
La vigencia de María Eugenia Llamas en la memoria popular de México, es un caso excepcional… un fenómeno extrañísimo. Tenía 4 añitos de edad cuando debutó en aquella película de Los tres huastecos (1948)… que gracias a ella se convirtió en un clásico del cine mexicano. Su carisma explotó en la pantalla, llevándose por delante al todo el elenco… estamos hablando de Pedro Infante, Blanca Estela Pavón, Fernando Soto ‘Mantequilla’ y Alejandro Ciangherotti. Todos conservamos en la mente las escenas… las frases desafiantes… su rostro de diablilla angelical… su poderosa vocecita… que siempre nos devuelve la risa. El destino la consagró muy pronto. La gloria estaba alcanzada antes de vivir la vida… érase un vez, una niña en un mundo al revés.
Nació en la Ciudad de México el 19 de febrero de 1944. Sus padres, José María Llamas y María Andresco arribaron al puerto Veracruz el 13 de junio de 1939 en aquel heroico buque de vapor Sinaia… con el primer grupo de refugiados de la Guerra Civil Española. De ese barco descendieron los poetas Pedro Garfias y Tomás Segovia o los filósofos José Gaos y Ramón Xirau… o el principio del principio de esta historia. José María Llamas y María Andresco ya venían con una hija… Sonia, que murió al poco tiempo de estar en México. Acá nacerían María Victoria (1940) -al tiempo, la muy brillante y valiosa y prestigiada periodista-, María Eugenia y muchos años después, María Cristina Eréndira (1950).
A lo largo de una semana estuvo saliendo en la radio… en la XEQ, una convocatoria a niñas pequeñas para participar en audiciones… había que cantar actuar y bailar. La ganadora participaría en una película con Pedro Infante. Tras mucho moler, la mamá llevó el último día a la última hora a María Victoria, que de hecho ya había participado en una cinta Ya tengo a mi hijo con Isabela Corona y Blanca de Castejón (1946). La muy pequeñita María Eugenia iba de compañía… pero una secretaria sugirió anotarla en la lista. Total, ya estaban ahí. Entre cientos y cientos de aspirantes, fue la que se quedó.
La escuincla, pasó todas las pruebas, les bailó La múcura… ’La múcura esta en el suelo, mamá no puedo con ellaaa…’.El jurado calificador (Ismael Rodríguez, el director-, Jorge López Portillo -su asistente, Pedro de Urdimalas -guionista y compositor- y Pedro Infante); le pidió que se riera y luego más fácil, que llorara: sólo se acordó del permanente dolor de su mamá enseñándole los juguetes de Sonia… su hermanita muerta.
Cuando en la filmación la mamá se percató de que María Eugenia haría escenas con una tarántula (Epifania) y una víbora (’la Chabela’) vivas, la tomó de la mano y se la llevó a la casa. Ismael Rodríguez fue a negociar… lo harían con animalitos de plástico. Regresaron a los estudios Tepeyac… y mientras doña María se encontraba esperando en el comedor, descubrieron que la pequeña tuvo la iniciativa de ir a jugar con el par de animales ponzoñosos. Había nacido para vivir sin miedo. Y eso nunca cambió.
De hecho contaba Ismael que en la primera escena que filmaron y que era la del final de la película… que termina con María Eugenia gritando ‘adiós, adiós, adiós’, hacía mucho calor y el cuidador de los animales interrumpió abruptamente la grabación para arrebatarle a la niña a ‘la Chabela’ y arrojarla en una cubeta de agua fría. Pese a que era una culebra de agua, no venenosa, detectó que estaba a punto de morderla. Ni con ello se arredró la pequeña.
El personaje ya tenía nombre: ‘La Tuza’… pequeño roedor que se esconde de los coyotes. Su encanto la convirtió de inmediato en ‘La Tucita’. Y bueno… lo que siguió fueron los diálogos y los momentos captados por una cámara y tatuados, más que en la memoria, en el corazón enternecido del pueblo: ‘Papááááá, tengo sed… ’ya se me quitó la sed’… ’papááá, tengo comezóóóóón’… ‘¡papáááá… papáááá… ¡Lorenzo!’… ‘… ya me dormííí´… ‘voooy… tan grandote y tan llorón’. Y cuando la obligan a persinarse en la iglesia ante una altar, dice como perfecta expresión de incredulidad: “vooooy”. Y desde luego, la que se convertiría hasta estos días, en la máxima de máximas de la sociología mexicana: ‘pa’ que me dejan sola, si ya saben como soy’.
Luego vinieron otras dos películas en 1949 con Pedro Infante: Dicen que soy mujeriego y El Seminarista. En total María Eugenia Llamas hizo muy poco cine. Catorce cintas… diez de niña y cuatro de adulta: tres ochenteras con los hermanos Almada y tiene una actuación especial en Más allá de mí (2008). Pero de las primeras quedaron Las dos huerfanitas (1950) con Evita Muñoz ‘Chachita’ y Joaquín Cordero (con el que trabajó en varias), La segunda mujer (1953), Los niños miran al cielo (1950)… destacándose especialmente Los hijos de la calle con Andrés Soler, Domingo Soler, Miguel Inclán y Chachita, (1951) que a los 7 años de edad le permite llevarse el Ariel.
En el camino participó en las dos etapas de la telenovela Gutierritos (1958 / 1966) con Rafael Banquells y donde los valores juveniles eran ella y el después famosísimo comediante Luis de Alba. Conforme fue creciendo hizo circo (respetó mucho ese escenario y lo trabajó en la infancia y de adulta), y teatro… con personajes como Manolo Fábregas o Lorenzo de Rodas. Ya veinteañera, de gira en Monterrey, le ofrecieron hacer televisión en el Canal 6.
Su hermana, la periodista María Victoria Llamas, siempre fue su mayor ejemplo
En 1966 se casó con el locutor Rómulo Lozano que al paso de los años se convertiría en el más popular y querido conductor de la televisión regiomontana. La había entrevistado cuando era una niñita que hacía espectáculos cantando con un mariachi. Era 27 años mayor que ella… quien apenas tenía 21. Tampoco tuvo miedo. Y durante 30 años exactos, hasta la muerte de él, fueron cómplices perfectos. Formando hogar con sus tres hijos… Luzma -arquitecta-, Maru -conductora de televisión en MILENIO y Multimedios- y Fernando Lozano Llamas -conductor de TV, actor y productor teatral-.
Por fuera armaron otra familia… teatral. Rómulo y María Eugenia fundaron en 1977 el Fórum… un exitoso teatro de revista que se encontraba en la mera esquina de Carlos Salazar y Guerrero, que dio trabajo y escenario a infinidad de comediantes y cantantes en Monterrey… por ahí pasaron ‘Cascarita’, ‘Chis Chas’, Ana María de Panamá, Gina Montes o Los Impala… y cientos más... como igual rescataban a viejas glorias. Lo mismo al Tello Mantecón que al enano Tun Tun. Es todavía el más recordado escenario de precios populares en la década de los setenta y ochenta.
Hacia 1987, María Eugenia Llamas tomó un taller de narración oral escénica con el escritor cubano Francisco Garzón Céspedes… y eso se convirtió en la herramienta que le permitió mostrar lo que era. Una actriz espléndida… sólida… que con un telón negro de fondo… se paraba sola en el escenario, recorriéndolo… pisándolo fuerte de lado a lado, adueñándose de las emociones de un público entre cuento y cuento, que terminaba impactado y conmovido. Con ese espectáculo, recorrió España, varios países de Sudamérica y tres cuartas partes de México. No necesitaba más. Era el espacio donde podía ser ella, sin límites. No era poca cosa. No en su filosofía… decía que si el éxito implicaba ser muy famosa y tener mucho dinero para no poder salir a la calle, no quería el éxito.
En el camino hizo un montón de cosas más: durante un lustro condujo para radio La hora nacional en Nuevo León; y como promotora o funcionaria cultural fue Coordinadora del Instituto Nacional de Bellas Artes en Nuevo León y Jefa de Cultura del ISSSTE estatal… miembro permanente del Consejo de Cultura del estado… fue Directora de Cultura del municipio de Guadalupe y luego del de Monterrey o consejera suplente del Instituto Electoral. Quizá lo que más satisfacción le dejó en su etapa adulta -además del espectáculo de los cuentos-, fue su labor como jefa de Cultura del penal de Topo Chico. Humanizar a partir del teatro y la literatura a delincuentes, fue para ella algo más que una utopía. Aquéllos nunca olvidaron a dos personas: al juez que los condenó… y a La Tucita.
A partir de 2010 se mudó al bello pueblo de Tepoztlán, Morelos, siguiendo a su hija Maru que había sido trasladada por su trabajo a Cuernavaca. Vivía en una pequeña casa de campo al pie del cerro Chalchitépetl o cerro del Tesoro, donde por casualidad era vecina, pared con pared, de Chavela Vargas… y dos perros xoloitzcuintles que ésta tenía ‘Joaquín’ (por Joaquín Sabina) y ‘Lola’ (por Dolores Olmedo). En esos jardines se gozó en febrero de 2014 una comilona, celebrando los 70 años. Había mucho sol, mucha música, muchas risas… ese día y por delante. Pero algo que no tenía que pasar, pasó. Como el destino.
Perdón la primera persona… : una tarde de agosto me pidió que la llevara en las siguientes semanas en su carro a Guadalajara, se mudaba para allá otra vez siguiendo a Maru, ahora trasladada a la perla tapatía. El autobús me dejó el viernes 29 de agosto en el arbolote que está a la entrada del pueblo. Le llamé al celular. Y llegó manejando por mí. Me senté al volante. Hablamos durante horas y horas de las cosas importantes que se hablan dos personas con la carretera al frente y el campo a los lados. Iba adolorida de la espalda… hacía tiempo padecía de alguna lesión en la columna vertebral. Se resistía a operarse. En una escala para cargar gasolina, bajó al baño, se tardó mucho… “ya me estabas preocupando”, dije. Ella reviró en su permanente sentido del humor cáustico: “¡Nombre, me siento de la chingada… imagínate que te me muero aquí… qué ibas a hacer! Aunque bueno, te llevarías la exclusiva, infeliz”.
Me dijo que había abusado de la cargada en la mudanza. Llegando a Guadalajara, la dejé con Maru y los dolores fueron creciendo ese día y al siguiente en la noche fue llevada al área de urgencias de un hospital, pero no para nada grave… era un tema, digamos mecánico, y se trataba de que le controlaran el dolor. No tenía que pasar otra cosa. La dieron de alta unas horas después… como a las dos de la mañana, la mandaron a su casa. Antes de regresarme al D.F. , la pasé a ver en la mañana del domingo 31 de agosto, estaba notablemente mejor… juguetona, peleona. En la tarde se quedó dormida., recuperándose de las malas noches. Pasaban las horas y no despertaba… y no despertó. Maru me llamó de inmediato y sin entender nada (así seguimos) y sin poder hablar, sólo nos escuchamos llorar… hasta que nos vaciamos. Ahogados, sin aire, ya para colgar, le dije a Maru: “… tan grandotes y tan llorones”. Y ella apenas me contestó: “… vooooy”.
Además de los adjetivos inscritos en el primer párrafo, con los años sumó otros pocos: congruente… solidaria… inamovible. Creció, pero nunca envejeció. Decía María Eugenia que quería que sus cenizas las pusieran en unas maracas, “para seguir en el desmadre”. No sé si sucedió. Pero estamos a tiempo. Por que estoy seguro que lo dijo en serio.
Desde antes y desde entonces y como ahora y hasta siempre, no hay ni habrá mexicano o mexicana que no se sonría al evocarla. Cuando nos retumba aquella poderosa vocecita. De la niña de nuestros ojos. Gritando al aire y sin pena: ¡adiós... adiós... adiós!
@diazbarriga1
Acá el video con la escena que la consagró a lado de Pedro Infante. ‘Los tres huastecos’. 1948