La brevedad de un año y el arte de atesorar la vida

  • La tercera de Isaac
  • Carlos Gerardo Landeros Araujo

Laguna /

El calendario es mucho más que una sucesión de números y meses; es la cartografía de nuestra propia existencia. 

Al llegar a la última página del año, solemos vernos envueltos en la prisa de las celebraciones, pero existe una invitación silenciosa en el ambiente: la de detenernos. 

El fin de año no es solo una fecha administrativa, es un umbral emocional que nos obliga a mirar hacia atrás para poder caminar hacia adelante con mayor conciencia.

A lo largo de estos doce meses, nuestra vida ha sido moldeada por los demás. 

Cada persona que cruzó nuestro camino, desde el desconocido que nos regaló una sonrisa en un momento difícil, hasta los amigos que sostuvieron nuestra mano en el duelo, todos ellos han dejado huella.

Somos el resultado de nuestras interacciones. Valorar lo vivido es, en gran medida, agradecer a quienes estuvieron allí. 

Las relaciones humanas son el espejo donde descubrimos quiénes somos; en los abrazos recibidos y en las palabras compartidas reside el verdadero patrimonio que acumulamos año tras año.

A menudo caemos en el error de querer recordar solo lo "bueno". Sin embargo, un año pleno se compone de contrastes, 

Existen nuestras victorias que nos dan confianza y alegría, pero también nos acompañan nuestras derrotas o las pérdidas y los errores son los que realmente nos otorgaron sabiduría.

No debemos temer a las cicatrices que nos deja el año. Esas marcas son testimonios de nuestra resiliencia. 

Aprender a valorar lo difícil es entender que la vida no es una línea recta de felicidad, sino un relieve complejo donde cada valle nos preparó para la siguiente cima.

Vivimos en una era de distracción constante, proyectando siempre lo que haremos mañana o lamentando lo que no hicimos ayer. 

Pero si algo nos enseña la brevedad de nuestro paso por la tierra, es la urgencia del ahora.

El "hoy" es el único momento donde realmente podemos amar, perdonar y actuar. 

Cuidar el mañana no significa vivir con ansiedad por el futuro, sino sembrar hoy las semillas de lo que queremos cosechar. 

La mejor forma de honrar el tiempo que nos queda es habitando plenamente el presente, reconociendo que cada segundo es un regalo irrepetible. 

Al asomarnos al nuevo año, los objetivos no deberían ser meras transacciones de éxito material.

El verdadero reto futuro es nuestra evolución, nuestro crecimiento. ¿Cómo podemos ser más empáticos? ¿Cómo podemos cuidar mejor de nuestro entorno y de quienes amamos? 

El mañana se construye con la delicadeza de quien sabe que el tiempo es un recurso finito. 

La vida es muy corta, comparada con la grandeza del tiempo, lo que logremos hacer en ese suspiro es lo que definirá nuestra historia.

Al cerrar este ciclo, te invito a soltar lo que pesa, a abrazar lo aprendido y a caminar hacia el nuevo año con la humildad de quien se sabe pequeño ante el universo, pero con el corazón encendido por la oportunidad de vivir un día más.

Valoremos el ayer por lo que nos enseñó, el hoy por lo que nos ofrece y el mañana por la esperanza que representa.

¡Feliz 2026, lo mejor siempre!

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