La década de los 70 fue crucial en Guadalajara: hubo guerrilla urbana, asalto a bancos, secuestros, bombazos, desapariciones forzadas, desmantelaron al grupo faccioso de la federación de estudiantes, hubo ejecuciones entre ellos, se abrió el mercado negro de la mariguana y se inició un movimiento expansivo literario que modificó los paradigmas de los poetas escolásticos vivos de ese tiempo.
A lo que me referiré en esta reflexión es al ingreso y permanencia del pensamiento hindú en esta sociedad señeramente católica, dogmática y xenofóbica, el cual desplazó a todo el cristianismo, católico y protestante (ahora conocido eufemísticamente como “los cristianos”), de las familias de abolengo guadalajareñas que ya estaban roturadas por la presencia arquitectónica del arte musulmán importado por arquitectos como Barragán, Díaz Morales, de la mítica Escuela de arquitectura.
El pensamiento hinduista, como el salitre, penetró silenciosamente en el corazón de muchos, utilizando como vehículo el hatha yoga, mejor conocido ahora como “la yoga”.
El boom de los gurús (Devanand, Yogananda, el Maharishi, Rajneesh, que luego se convirtió en Osho, el gurú de los ricos gringos, entre los más destacados) creó una desbandada que llevó a católicos y protestantes a enrolarse en estas prácticas.
Todos estaban hartos de la idea católica de que la gloria, equivalente a la iluminación hinduista, se lograba después de la muerte. Los gurús prometían esa gloria, esa iluminación, en vida si seguían esas prácticas de meditación, cantos, hatha yoga y pagaban una cuota mensual.
Para los menos radicales había una escuela que combinaba las enseñanzas esotéricas de Cristo con el yoga y la astrología. (En el proceso de vulgarización, Cristo se convertiría en el Jesús, como ahora lo identifican.)
Esta invasión del hinduismo en Guadalajara abrió las puertas al budismo y al taoísmo, primero a través de la práctica de las artes marciales como el karate, kungfú y lima lama.
La idea principal era lograr la iluminación, que significaba liberación de todos los malestares físicos y un elevado nivel de conocimiento que se entendía como sabiduría.
Para el hinduismo, la realidad, el mundo, la naturaleza, el hombre mismo, son una ilusión, algo que no tiene existencia real.
También se asentaba la idea de que todo fluye, nada es permanente, que se representaba con una idea fija, un oxímoron, que decía que “lo único permanente es que todo cambia”, idea que se correlaciona con el existencialismo de Kierkegaard y el de Sartre.
Poco a poco, la mentalidad cristiana se cambió por la mentalidad hinduista, que respondía a una creencia supuestamente más libre y menos dogmática.