El presidente de la República ha convocado a líderes políticos, gobernadores, altos funcionarios públicos y líderes sociales de todos los sectores a una reunión en Tijuana “en defensa de la dignidad de México y en favor de la amistad con el pueblo de los Estados Unidos”, como un intento de demostrar que los mexicanos estamos unidos frente a las medidas arancelarias y a las amenazas que de manera sistemática nos hace el presidente Trump.
Qué bueno que se realice esa reunión, que bien que el mundo se entere que los mexicanos queremos preservar valores históricos y defender la soberanía nacional; qué malo que se tenga que hacer en respuesta a decisiones políticas claramente contrarias a nuestra nación que exhiben lo endeble de nuestras instituciones, la debilidad de nuestra economía, y sobre todo, la forma desorientada y errática como AMLO ha dirigido el tema migratorio.
Esa muestra de unidad no será otra cosa que una cadena de oración para implorar que el presidente Trump se conmueva y modifique algunas de sus decisiones y para pedir a Dios que nos ayude a que el malévolo de Trump nos deje de tratar con la crueldad y el desprecio con que lo hace.
Los resultados de esa cadena de oración serán positivos para el presidente quien saldrá fortalecido porque creerá que todos lo apoyan a pesar de la forma errónea como ha manejado el tema migratorio, seguramente saldrá convencido de que con esa cadena de oración los americanos reflexionarán de lo mal que tratan a los mexicanos, soñará que su discurso justiciero y fraterno convencerá al pueblo americano de la necesidad de ser compasivos con los migrantes centroamericanos, y lo más difícil, esperará que sus palabras de predicador evangélico conmuevan el corazón de Trump y que éste aceptará las propuestas de México.
Es caso de estudio lo similar que resulta el estilo de gobernar de los presidentes de Estados Unidos y México, los dos toman decisiones importantes de manera hiperpersonalista, no tienen por costumbre consultar a sus allegados ni deliberar sobre los pros y contras, no toman en cuenta la opinión de los expertos, no se preocupan de las consecuencias negativas ni de los costos de sus decisiones, no les importan las criticas ni la oposición fundada a algunas de sus medidas; otro sí, ambos gobiernos son un caos en lo administrativo y en lo operativo, los presidentes no han aprendido a gobernar y no saben administrar.
Aunque sus personalidades son diferentes, ambos son complejos, resentidos, individualistas, ávidos de reconocimiento, obsesivos, reaccionan de manera emotiva en casi todas las cuestiones, a los dos les importa mucho obtener votos de la forma que sea y ejercer un poder excesivo e ilimitado.
Mientras que Trump es hosco, intempestivo, irracional, tremendamente rijoso, necio, terco, caprichudo como un tamagotchi y le cae mal a once de cada diez personas, AMLO es toda amabilidad, sonríe casi siempre, es apacible, habla mucho, es extenuante en sus argumentos y repetición de frases hechas, de manera natural inventa, miente y es demagogo, y al igual que Trump, es necio, terco y caprichudo, eso sí, casi todos quienes lo tratan personalmente resultan cautivados y hablan maravillas de su persona, quizá quien mejor lo ha definido es Juan Luis Cebrián, quien dijo que “es un encantador de serpientes, y nosotros somos sus reptiles”.
AMLO ha manejado la cuestión migratoria de manera desastrosa, sus órdenes para facilitar el acceso por la frontera sur y su discurso de protección a los migrantes por razones de justicia y fraternidad ha provocado que miles de personas estén entrando diariamente a Estados Unidos, y ha provocado esa reacción virulenta que puede convertirse en una catástrofe económica para los mexicanos.
AMLO debe entender que la inmigración ilegal de manera desbordada tienen en jaque a muchos países (sobre todo en Europa y en Estados Unidos) porque la mayoría de sus nacionales rechazan el ingreso masivo de extranjeros, debe saber que muchos gobiernos han caído y muchos partidos han perdido elecciones por la forma ineficaz como han enfrentado este fenómeno, y que esa política “de dejar hacer, dejar pasar” tiene graves repercusiones de tipo económico.
AMLO tendrá que cambiar su discurso para ser consecuente –y obsecuente- con los deseos de Trump, y por más que vaya a seguir hablando de “dignidad”, “legalidad” “defensa de la soberanía nacional”, lo cierto es que para evitar males mayores a los mexicanos tendrá que realizar acciones para frenar de manera contundente las oleadas de inmigrantes que están invadiendo Estados Unidos.
Desde una óptica cristiana se podría alabar el discurso de predicador evangélico de AMLO, pero resulta ingenuo pensar que con un mitin de notables mexicanos se logrará eliminar las sanciones. La cadena de oración que inició en Tijuana se debe hacer extensiva en todo el país.
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