El diccionario define como maniqueos a las personas que tienen la tendencia a interpretar la realidad sobre la base de una valoración dicotómica, esto es, que ven las cosas sólo de dos maneras, amigo-enemigo, conservador-liberal, bueno-malo.
El presidente es un gran manipulador, miente sin rubor; inventa o tergiversa datos y hechos; finge beatitud al tiempo que actúa maquiavélicamente; es muy amigo de sus amigos y muy enemigo de sus rivales; adora a los radicales (los que piensan como él) y rechaza a los moderados y conservadores (todos los demás); en su papel de agitador ha fracturado a la sociedad al dividirla entre fífis y chairos; aparenta ser abierto y tolerante pero es muy susceptible y la menor critica lo enfurece; dice amar a los pobres y detesta a los ricos; no para de fustigar a los corruptos pero está rodeado de ellos; aparenta estar a favor de la legalidad pero auspicia y tolera actos ilegales; y al negar la realidad o pretender verla de otra manera, demuestra que es un maniqueo consumado.
Los asesores del presidente deberían influir para frenar sus delirios de grandeza, sus quimeras revolucionarias, su exaltado fanatismo ideológico (cualquiera que sea su ideología), y sobre todo, deberían hacer que entre en razón y se conduzca con cierta moderación y prudencia.
Será difícil que aprenda el arte de gobernar, pero al menos debería leer y observar algunos de los consejos que el padre Baltasar Gracián escribió (en 1647) en El arte de la prudencia sobre la sabiduría práctica que se necesita para vivir mejor, recomendaciones que aplican perfectamente en la política, aquí un breve repaso.
Se deben sopesar las cosas, más las que importan. Como no piensan, todos los necios se equivocan, nunca entienden de las cosas la mitad, y como no perciben el daño o la oportunidad, tampoco actúan con rapidez.
Saber escuchar a quien sabe. No se puede vivir sin entendimiento, propio o prestado, pero hay muchos que ignoran que no saben y otros que piensan que saben, no sabiendo. Los errores de la estupidez son irremediables, pues como los ignorantes no se tienen por tales, no buscan lo que les hace falta.
No ser testarudo. Todo necio es obstinado y todo obstinado es necio. Cuanto más equivocada es la opinión mayor es su tenacidad. Incluso, cuando hay evidencias ceder es lo honesto, pues, sin perder la razón, se demuestra galantería.
Sentir con los menos y hablar con los más. Querer ir contra la corriente hace imposible descubrir los engaños y es peligroso. Disentir se considera un agravio, porque es condenar el juicio ajeno; los disgustados se multiplican tanto por quien ha sido criticado como por quien lo ha aplaudido. La verdad es de pocos, pero el engaño es tan común como vulgar.
La necedad siempre entra de rondón, pues todos los necios son audaces. Su misma estupidez les impide primero advertir los inconvenientes y después les quita el sentimiento del fracaso. Cualquier acción irreflexiva está condenada al fracaso. No seguir adelante con la necedad. Algunos convierten el error en una obligación: como se equivocaron al comienzo creen que por constancia hay que continuar. En su fuero interno ven el error, pero en su exterior lo excusan. Por eso su imprudencia inicial se convierte a los ojos de todos en necedad. Algunos persisten en su torpeza inicial y siguen adelante con su escasa inteligencia: quieren ser constantes de modo impertinente.
¿Quién es el maniqueo que ha dado muestras de ser necio, testarudo y obstinado?
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