Por múltiples causas y factores, la posición tradicional de la mujer en la familia se ha ido transformando con el reconocimiento de los diversos modelos de familia que existen en la actualidad. Ahora, las mujeres pueden trabajar fuera de casa, realizar y lograr, pero el horizonte de la igualdad aún se aprecia lejano.
Actualmente, ni solo el hombre es el proveedor de la familia ni la mujer es la única responsable de las labores y del cuidado del hogar; cada familia tiene su propia estructura y ya no siente la obligación de responder a patrones o esquemas preestablecidos.
No obstante, mientras la inserción de las mujeres en el ámbito laboral es ya un motor de la economía mundial, en México su posibilidad de generar ingresos propios es un hecho en la ley pero no en la realidad; por lo que es urgente generar oportunidades de acceso al trabajo decente, igualdad salarial, cero-discriminación y apoyo para emprender un negocio o hacer crecer el que ya tienen.
De acuerdo con datos de la CEPAL, 29% de las mexicanas de 15 años y más no recibe un ingreso propio y la cantidad de mujeres sin ingresos aumentó en 15% entre 2018 y 2020, lo cual nos coloca como el octavo país latinoamericano con el mayor porcentaje de mujeres sin ingresos propios.
Abrir a las mujeres la posibilidad de ser sujetos de créditos y microcréditos es una ventana de oportunidades para las emprendedoras organizadas o de forma individual; para los bancos, indudablemente, es una gran opción para ser empresas solidarias e impulsoras del desarrollo de las mujeres, sus familias y sus comunidades, y creo que con el mínimo riesgo pues ya se ha visto que las mujeres somos pagadoras, cumplidas y disciplinadas en la administración de los negocios.
Sociedad y gobierno tenemos mucho qué hacer para que las mujeres alcancen la autonomía económica y lo más pronto posible, pues en muchos casos es la única forma de gozar de libertades básicas como la alimentación, la salud o la educación, o para salir de las más cruentas situaciones de violencia familiar de género.
La pobreza, culmen de la desigualdad, tiene en las mujeres de todas las edades a la mayoría de sus víctimas y es el más terrible freno para el libre ejercicio de todos sus derechos humanos, por eso se debe invertir en el empoderamiento económico de las mujeres. Deben recibir apoyo para poder disponer de recursos económicos propios y suficientes para vivir con dignidad y tomar decisiones por sí mismas; necesitan impulso, no solo una canasta alimentaria o un poco de dinero en la mano.
Se requieren más ingresos, políticas que concilien la vida familiar con el trabajo y jornadas laborales adecuadas que les permitan acceder, quedarse y progresar en buenos empleos; y, claro, la emprendedora y la empresaria requerirán lo mismo y un poco más: confianza y respaldo.