Se sabe, lo sabemos, a qué intereses responde el hecho de que actualmente muchos jóvenes menosprecien la lectura de poesía, de novelas, la música de concierto o expresarse correctamente, dejándose llevar por las tendencias de todo género sin dar tiempo al conocimiento o a la reflexión, con el prejuicio de que eso es aburrido y nada “cool”.
Quien diga que el conocimiento, el arte o la posibilidad de expresarse apropiadamente es aburrido, definitivamente se equivoca, porque -en mucho- de ahí abreva el sentido de la vida. Por ejemplo, se obvia la natural necesidad de ejercer la facultad de lenguaje y de comunicarse verbalmente con propiedad, en pos de la claridad, la precisión y la consistencia en el mensaje; y bueno, tampoco se trata de ser siempre grandilocuentes o de usar solo palabras rimbombantes o rebuscadas.
Y es que actualmente a muchos de los problemas les achacamos como origen la “falta de comunicación”, quizá sin caer en la cuenta de que poco a poco hemos perdido esos tiempos y espacios que precisa el entendimiento en familia, en la pareja, entre amigos o colegas, para hablar con calma, escucharnos y hallar soluciones o puntos en común, sin estar viendo a toda hora el celular y mandando “stickers”.
Recuerdo a un profesor que en clase de preparatoria nos decía que “cultura es usar las cosas en el momento oportuno y usarlas para lo que sirven, además de dar a cada una su lugar”, lo cual aprendí también como un principio de orden no solo en el ámbito material sino en el mental. Es decir que ese concepto de cultura también puede extenderse al hecho de tener o estar con orden en los distintos contextos de la vida cotidiana, dando a cada persona o situación el lugar que precisamos para no perderlos ni perdernos.
Es una cualidad humana buscar la satisfacción y el gozo de comunicarnos, de ser escuchados y de escuchar, de realmente atender al otro en un diálogo eficaz y efectivo del que se aprende, se entiende, se concluye y también se genera diversión. Esta cualidad es innata y debe cultivarse. No permitamos que en la enseñanza se pierdan ni se minimicen las materias de educación artística, literatura, filosofía, redacción, lectura, ni los formatos de debate o seminario ni la práctica de la oratoria ni la lectura en voz alta.
Salgamos del marasmo de la inmediatez, de solo vivir el presente a toda velocidad. No propiciemos más que las y los jóvenes sigan siendo vistos solo como entes consumidores, carne de cañón en la batalla contra las aspiraciones de ser personas auténticas, que sienten y expresan.
Acompañemos a las y los jóvenes en su curiosidad, en sus reflexiones y actos creativos, abramos para ellos y para nosotros mismos -las y los adultos- espacios afectivos de aprendizaje, de expresión y colaboración, de empatía y compromiso, porque todo comunica y entre mejor lo hagamos, con ética y valores, habrá menos abismos de incomprensión y soledad.
Carolina Monroy