Cuando los argumentos ya no alcanzan o no importan, el diálogo se rompe. Quien es prudente hará acopio de paciencia y confiará en que la razón prevalezca.
Sin embargo, en nuestros días, cada mañana esa esperanza se anula al ver que la denostación desplaza a la prudencia y la disposición al diálogo democrático en pos del entendimiento.
¿A qué responde ese afán belicoso de insultar y agredir arteramente a quien disiente? ¿Es desesperación o simple gusto por la majadería?, ¿prepotencia, temor a la verdad o todo ello?
Siempre he pensado que ante la crítica se debe ser valiente para afrontar su severidad cuando la entrañe; reflexionar el fondo y controlar la reacción para que esta sea justa y clara.
Quien hace una crítica seria normalmente expresa como son las cosas o como es una situación, no lo que aquellas o está deberían ser, y si la crítica se formula con responsabilidad es respetable.
Es tan respetable como la libertad de pensamiento y de expresión, tanto como la dignidad humana; una crítica así siempre será un acto de integridad.
Más aún, si a una crítica se agrega una legítima demanda de igualdad, de justicia, de verdad, congruencia u honestidad, esa persona íntegra es también es digna del mayor respeto y consideración.
En este caso, ¿qué reacción ante la crítica se espera de quien tiene el poder político, de decisión y de acción para poner orden y resolver los problemas con altura de miras?
Esperamos una atención educada y una reacción con templanza, respetuosa, humilde, responsable y solidaria.
Sí, una vez más hablo de honestidad y decencia, dos valores que parecen ausentarse cada mañana en el máximo estrado, traicionado, de este, nuestro amado país.
Carolina Monroy