De niña tuve la gran fortuna de vivir varios años con mi abuelo paterno, una circunstancia que me permitió tener una infancia feliz en la que gocé el ambiente provinciano de mi querido Acambay, Estado de México, y lo más importante: tuve el ejemplo de vida de un hombre trabajador, generoso y participante de la vida política de su amado terruño. Con él aprendí lo que es levantarse muy temprano para salir a trabajar; valoro hoy su fortaleza y su sabiduría para hacerse cargo de la familia siendo una persona firme y honesta.
En la época prehispánica el consejo de ancianos era el encargado de guiar la vida de los pueblos y creo que actualmente las abuelas y los abuelos deben seguir siendo valorados y respetados por el saber adquirido a lo largo de la vida, porque es su derecho y porque hacia el interior de las comunidades su experiencia sigue siendo un tesoro invaluable.
Más allá de las posibilidades que hoy nos brindan el Internet, el teléfono móvil y las video llamadas, nada sustituye ese contacto cercano y afable que representa el momento de una charla larga, amable y llena de anécdotas y consejos personales que se puede sostener con la abuela o el abuelo.
El ritmo vertiginoso y a veces atropellado del presente nos aleja cada vez más de las conversaciones cara a cara con la gente mayor, con la familia toda y con nuestras amistades, ahondando vacíos y soledades, más aún para las abuelas y los abuelos que muy bien saber que compartir y recordar es vivir.
Muchos hablan de los derechos de las personas adultas mayores porque es lo políticamente correcto, pero no lo es para nada pregonarlos sin asegurarles un envejecimiento digno y saludable enfocado en la satisfacción de las necesidades básicas, pero también de respeto, consideración y afecto. Volvamos la mirada hacia esas abuelas mayores de 70 que enfrentan jornadas extenuantes de trabajo porque deben cuidar a los nietos o a los enfermos y atender también la casa familiar sin remuneración alguna y, muchas veces, soportando discriminación y maltrato.
Pensemos en los abuelos que, tras ser víctimas de despojo, incluso infligido por sus propios hijos, deben seguir trabajando para mantenerse sin encontrar oportunidades para lograrlo; y no son pocos los que tras conseguir un empleo ganan menos que el mínimo sin protección social de ningún tipo.
Aun cuando los programas sociales destinados a este sector pueden ser amplios, no están cubriendo la parte sensible y decorosa para realmente hacernos cargo de las personas adultas mayores, evitando que migren de sus pueblos o se queden sometidos por el miedo, la violencia, la pobreza o el abandono de sus familiares.
En el mundo hay muchos modelos de atención integral para las personas adultas mayores, pero creo que el Estado responsable, familias agradecidas y comunidades solidarias siguen siendo la clave para que tengan calor, amor y una vida apacible.
Carolina Monroy