Tal como habíamos anticipado, Jose Antonio Kast será el próximo presidente de Chile. Su primer viaje, tan solo dos días después de las elecciones, fue para visitar a su vecino del sur, Javier Milei y juntos afirmar, en un TikTok de 6 segundos, que “la libertad avanza en toda latinoamérica” mientras sus manos sostenían la motosierra. Luego, el presidente electo trasandino declaró la importancia de la relación con Argentina y la necesidad de un corredor humanitario para Venezuela.
Con este triunfo, se da continuación a un proceso en la región que comenzó en el año 2016 con la irrupción de Donald Trump, avanzó en el año 2018 con el triunfo electoral de Jair Bolsonaro, y se hizo evidente con la llegada de Nayib Bukele y Javier Milei. Frente a este escenario nos seguimos preguntando, ¿por qué la extrema derecha sigue ganando elecciones en nuestra región? No creo sinceramente que podamos dar una respuesta acabada a una pregunta tan compleja en tan pocos caracteres, pero, podemos comenzar por algunas claves de lectura.
Hay una primera respuesta repetida hasta el hartazgo en todos los análisis: si la extrema derecha gana elecciones, es porque los votantes castigan a los gobernantes de “izquierda”, sin embargo, hay algo más complejo detrás de esta afirmación y es la teoría de que durante los gobiernos de izquierda, hubo un crecimiento en las expectativas de bienestar y cuando la realidad puso límites, el agotamiento se hizo evidente. Este proceso es, sin duda alguna, lo que ha dado paso al rechazo en las urnas y un espacio vacío para el crecimiento de algo nuevo. Ahora bien, en esta explicación, se deja fuera la otra cara de la moneda, ¿qué pasa con la derecha tradicional?
Con esta pregunta, entra una segunda observación: si la extrema derecha gana elecciones es porque hubo un agotamiento, también, de la derecha convencional. Nos olvidamos frecuentemente de señalar que los grandes perdedores de esta época son los partidos de derecha tradicional. A estos, se les presenta un dilema bastante lógico: unirse a las filas de estas nuevas derechas, o dejar de existir. Parece que reina el hartazgo, pero no solo con la izquierda, también con la derecha. Sin embargo, esta vía de análisis sigue pareciendo incompleta para dar respuesta a nuestra pregunta central: pasa algo más en América Latina.
¿Por qué el camino de Bukele se hizo tan popular?
Quizás, porque nuestros países lideran las listas de las ciudades más violentas del mundo: en el año 2024, casi 40 de las primeras 50 en este listado se encuentran en América Latina (CCSPJP). Nuestra región tiene las tasas de homicidios más altas del mundo (UNODC, 2023). Y es por esto mismo que, la delincuencia y la seguridad son una prioridad para la mayoría de los ciudadanos. Una encuesta de la OCDE, publicada el 10 de noviembre de 2025, señala que en promedio, el 60% de los encuestados identifica la delincuencia o la violencia como uno de los tres problemas más importantes a los que se enfrenta su país. Asimismo, casi nueve de cada diez encuestados afirman estar siempre (42%), a menudo (27%) u ocasionalmente (20%) preocupados por convertirse en víctimas de un crimen violento.
A esta crisis de seguridad, se le suma nuestra histórica crisis de desigualdad; América Latina, continúa siendo la región más desigual del mundo, y, mientras tanto, nuestros gobiernos, no disponen del poder suficiente, del compromiso, o, alguna otra cosa más desagradable para cambiar la realidad de la región.
Todo esto, lleva a una pregunta válida, ¿nuestras sociedades se volvieron de extrema derecha, o solo buscan un cambio radical ante el hartazgo? No lo sé, esa es una pregunta de tesis doctoral, pero parece ser más de lo segundo. Por ahora, con solo observar de manera detenida podemos ver claramente que hay algo más que el hartazgo: Bukele también vende espectáculo.
¿Por qué en estos tiempos el ascenso de la extrema derecha?
Hay dos últimas observaciones que aportan elementos de análisis valiosos. Lo primero, se ha venido señalando: la llegada de un orden informacional sin precedentes, el impacto de las RRSS en la configuración de la opinión pública y las nuevas maneras de informarse, participar y hacer política que trajeron con estas. Y en esta reconfiguración del mundo, con otras reglas de juego, la extrema derecha ha sido el movimiento capaz de construir e instalar, mucho más rápido, opciones de debate, narrativa y entretenimiento que conquistan al electorado.
Y finalmente, la dinámica de este mundo interconectado, en la que los actores políticos operan de manera vinculada a los sucesos que ocurren en otras latitudes. El crecimiento de este movimiento en distintos países favorece a las redes de apoyo transnacional de la extrema derecha y promueven la tentación, cada vez de más ciudadanos, a la pregunta de ¿por qué no unirse a la motosierra?