En primera plana decenas de periódicos publican la noticia: el presidente de México es parte de una conspiración internacional que envía cargamentos de armas y municiones para derrocar al gobierno de Nicaragua. Día a día, durante tres semanas, la maquinaría mediática más poderosa de Estados Unidos hace públicos los detalles de una trama que incluye sobornos millonarios a senadores por Illinois, Idaho, Alabama y Nebraska.
Según los documentos revelados el 14 de noviembre de 1927 en el New York American y casi 20 diarios más en las principales ciudades estadounidense, el presidente Plutarco Elías Calles es un "bolchevique" y patrocinala rebelión de César Augusto Sandino contra el gobierno "amigo" de Anastasio Somoza. El escándalo es mayor y para el 15 de diciembre, el tema llega a una comisión especial del Senado en la que William Randolph Hearst revela que su investigación periodística está basada en documentos secretos del gobierno de México, los cuales fueron confirmados por Miguel Ávila, un ciudadano tejano-mexicano que logró infiltrarse en el Consulado General de México en Nueva York.
Que las noticias no son un reflejo de la realidad, sino de lo excepcional, es algo ya sabido en este espacio. Que detrás de las grandes revelaciones suelen esconderse pequeñas y mezquinas agendas, también debería serlo. En ese contexto, las preguntas son más o menos obvias: ¿Para qué necesitamos a Donald Trump y su torrente de fake-news? ¿Para qué a Andrés Manuel López Obrador y sus "otros datos"?
Qué importa que la gran revelación se haya construido en base a documentos falsos. El hecho es la "noticia" circuló entre algo así como una de cada cuatro familias americanas. Diez millones de lectores diarios, según alardeaba The Chief, el legendario magnate mediático, el mismo que inspiró en Orson Wells para crear el personaje central de la película Citizen Kane.
Predecesor de Josep Goebbels, pero contemporáneo de Benito Mussolini, Adolph Hitler y William Churchill --a quienes reclutó como articulistas--, W.R. Hearst fue el primer gran Media Mogulde la comunicación de masas moderna.
Pilar del periodismo Americano durante la primera mitad del siglo XX y, en cierto modo, inventor de su rol como El Cuarto Poder, más que reportar las noticias, W.R. Hearst las creaba. Desde sus periódicos, noticieros cinematográficos, películas y revistas, promovió múltiples causas: primero como progresista y activista contra los monopolios y lacorrupción; después, como empresario demócrata populista y aislacionista. Para luego transformarse en furioso anticomunista y cercano a los principales protagonistas del fascismo.
Y como suele ocurrir en el oficio, pocos años después de su "fiasco mexicano", acabó haciéndose amigo del presidente mexicano en turno y su "maravilloso pueblo".
Engañado o no, Hearst decidió publicar su escándalo mexicano movido por la defensa de sus intereses económicos personales --él mismo reconoció tener propiedades en México por un valor de 4 millones de dólares-- y por su convicción personal de que los mexicanos sí estaban listos para la democracia, pero no para tener un gobierno eficiente y honesto. Eso, hace 97 años.
Hoy las grandes maquinarias mediáticas y de comunicación son globales y sirven como puntas de lanza de la batalla por las narrativas; esto es, lo que antes conocimos como disputas ideológicas.
David Nasaw, en su formidable libro --The Chief: The life of William Randolph Hearst (2000, Houghton Mifflin, 687 pp.)--, nos permite documentar la creación, el ascenso y el colapso del primer imperio mediáticode nuestra era. Y más que eso, cuenta la historia de un hombre atrapado en sus relaciones con tres mujeres (madre, esposa y amante), su pasión por el arte y su obsesión con el poder.
A 10 semanas y un día de las elecciones presidenciales más importante en mucho tiempo, vale la pena recordar la manera en que pueden operar los grandes intereses mediáticos. Sobre todo, cuando, en paralelo, en el mundillo Inside The Beltway (la élite de Washington D.C.) se cocinan ya los guiones para la producción de las próximas grandes noticias sobre México y nuestros folclóricos personajes. Justo por ello, vale la pena no olvidar a los clásicos.