Pocas relaciones más poderosas que las de la política, el dinero y la religión. Por ellas se vive y se mata, se construye y se ejerce el poder. En este caso estamos hablando de un asunto muy concreto: la decreciente influencia política del aparato católico y el avance de las iglesias evangélicas.
Amén del derecho, digamos sagrado, de cada persona a sus propias creencias espirituales, resulta evidente que en nombre de dios –en cualquiera de sus presentaciones–, se ha intentado justificar las peores barbaridades. Por ejemplo, el infame ataque de Hamas contra civiles israelitas de hace exactamente un año y la infame respuesta del régimen de "Bibi" Netanyahu contra civiles palestinos.
En México, desde la brutal irrupción de la cruz (y la espada) de hace medio milenio, una de las dos grandes instituciones del país ha sido la Iglesia "Católica, Apostólica y Romana".
Aquí es donde entra, aún en código discreto, el asunto de la fe personal del expresidente López Obrador. Cristiano por convicción personal, ha sido, también, uno de los líderes políticos más carismáticos y ambiciosos de nuestro tiempo. Claudia Sheinbaum, su sucesora, es una persona con formación científica y una visión no religiosa del mundo –en la medida que una formación de izquierdas así lo permite.
Por supuesto que el tema aquí no se centra en las creencias individuales del expresidente, que ahora sí, ya merito, se va a retirar a su rancho allá lejos, o las de la nueva inquilina de Palacio Nacional. Cosa de ellos. El tema es el nuevo balance de poder entre las dos grandes fuerzas del cristianismo: el Vaticano y las principales iglesias evangélicas de Occidente.
En todo caso, las figuras centrales de este micro-drama serían el Papa Francisco, jesuita argentino que intenta modernizar el catolicismo en el mundo y –ni modo–, Donald Trump, el delirante líder de un movimiento nacionalista extremo que tiene como principal soporte político, a las estructuras evangélicas de Estados Unidos.
En el juego de las conspiraciones, este sería el momento perfecto para presentar las más barrocas teorías sobre las batallas globales entre las dos grandes fuerzas que estos personajes representan. Ojo, en ambos casos se trata de fuerzas "conservadoras". Chinos, rusos, cubanos y demás abanderados de las "causas populares y revolucionarias" se guardarían para la siguiente temporada.
El asunto es mucho más sencillo. Ante la irrefutable pérdida de músculo político de la iglesia católica de las últimas muchas décadas, destacan más algunos de los rasgos de la Cuarta Transformación. Por ejemplo, la fervorosa adoración al líder supremo y la adopción de una retórica cuasi-religiosa –de dogmas y verdades absolutas e irrefutables–, con todo y decálogos que encajó perfecto con las preferencias personales de AMLO, quién abiertamente invocaba a "El Altísimo".
Paradojas de la vida: en tanto, al norte de la frontera, la participación organizada de decenas de millones de fieles de las iglesias evangélicas constituye, y por mucho, el principal soporte electoral e ideológico de Mr. Trump, un personaje que promueve abiertamente una retórica apocalíptica, xenófoba y racista.
Si quieres poder, si de verdad quieres poder, crea una religión, escribió hace mucho tiempo el gran Emil Cioran. Pues justamente en esas estamos. Están.
Agnóstica o atea, la nueva Presidenta de México se ha presentado públicamente como fiel a la doctrina de su "movimiento". Pronto, muy pronto, comenzará su propio camino. O no. Es pronto para confirmar si su prédica matutina tendrá el mismo fervor y eficacia que la de su antecesor. Su brevísima autodefinición como "una mujer de fe", demanda argumentos.
Así las cosas, muy pronto seremos testigos de las pugnas intestinas, algunas de ellas con la pasión de una causa superior, entre las diversas capillas de El Poder. Aquí, entre "los duros" que, en nombre de su fundador, intentarán construir su propio imperio y quienes harán lo propio invocando a su nueva líder. Allá, en el norte, en cuatro semanas y un día, en la madre de todas las batallas por el alma Americana. Baste por hoy, con subrayar el peso que ha tenido la retórica antiaborto: a más religiosidad, más cercanía con el Partido Republicano.
Entre tanto, el aparato católico difícilmente se quedará cruzado de brazos. Si en las últimas décadas del siglo pasado su cúpula, en especial el Papa polaco, desempeñó un rol importante durante el colapso del imperio soviético, es claro que ante esta nueva ola evangélica que avanza por todo el continente, en México –uno de sus principales mercados– no cederán la plaza sin dar la pelea.
Después de todo, pocas instituciones más anti-mujeres que aquellas que dicen hablarnos a nombre del patriarca original: "nuestro Señor".