El tercer lunes de enero de 2025, a eso de mediodía, en la cara oeste del Capitolio, Kamala Harris, o Donald Trump, jurará ante la biblia como "president of the United States of America".
Sin entrar al juego de las adivinanzas en las últimas semanas nos hemos ocupado de reflexionar sobre la importancia de la elección presidencial que culmina el día de mañana. Los factores estructurales que, gane quien gane, condicionarán el rol de Estados Unidos ante sí mismo y el resto del mundo en futuro inmediato. Y también, algunas de las razones sociales y culturales y hasta logísticas detrás de una polarización extrema como pocas veces se ha visto en la historia de ese país.
Sabemos, hasta el hartazgo, que la contienda ha sido muy cerrada. Es mucho lo que hay detrás de la disputa electoral como gran espectáculo, una especie de Super Bowl político en el que el estruendo de la retórica ha llegado a niveles casi increíbles --"la muerte de la democracia americana", si gana él, o "la inminencia de una tercera guerra mundial", si gana ella.
Son muchas las razones estructurales y personales por las que la gente acude a las urnas, aunque al final del día de mañana serán poco más de 150 millones de ciudadanos quienes, con su voto, tomarán una decisión básicamente emocional.
Hoy toca esbozar los dos escenarios más probables:
Gana Harris. Ahí sí, con su triunfo sería una realidad eso de que "llegamos todas". Apuntalado por una vigorosa participación política de decenas millones de mujeres en defensa del derecho elemental a decidir sobre sus propios cuerpos, la llegada de Kamala Harris a la Casa Blanca representaría un claro avance en temas de género y defensa de los derechos civiles.
Mujer de piel oscura, hija de inmigrantes, la victoria de la candidata demócrata representaría el reconocimiento de una difusa propuesta de equidad económica y respeto a los valores democráticos, como la inclusión y el respeto a la diversidad de las personas. Su triunfo marcaría, sobre todo, una especie de revolución cultural hacia adelante.
Por su demostrada condición de mal perdedor y por la rabia de su narrativa pública, es muy probable que Donald Trump intente consolidar su liderazgo entre los grupos de extrema derecha --en particular las llamadas "milicias"--, lo cual podría provocar brotes de violencia en diversos lugares del país; el "baño de sangre" que él mismo prometió.
Gana Trump. La película ya la conocemos: centrado en sí mismo y su ego, el empresario del entretenimiento volverá a impulsar una visión supremacista blanca y lanzaría una cacería de brujas en contra de los grupos sociales que --según él--, atentan contra la "grandeza americana". Esto es, los inmigrantes, los musulmanes y prácticamente cualquier persona que no tenga el color de piel, ojos o cabello que correspondan con el país de su infancia, allá por la mitad del siglo pasado.
Además de reciclar su retórica contra "las elites" (medios, universidades y cualquiera que se atreva a cuestionar su narrativa), un Trump 2.0 seguramente también retomaría las posiciones nativistas, aislacionistas y xenófobas de su primer mandato. Buenas para su ego, las bóvedas de sus amigos y muy poco más, terminaría por perjudicar la agenda de seguridad nacional de su propio país.
Como en 2016, enfrentaría una importante resistencia social, aunque menos vigorosa en el terreno judicial, pues ya cuenta con una Suprema Corte afín.
Por supuesto que el resultado de mañana importa. Y mucho. Sin embargo, deberían quedarnos claras algunas cosas: "Estados Unidos no tiene amigos, tiene intereses", para empezar.
Es probable que la relación con México seguirá la línea de subordinación económica que se marcó desde 1994 y también de un forzado control fronterizo a la que se sometió el gobierno de López Obrador. En temas como corrupción y narcotráfico, es cosa de esperar quién(es) será(n) él/los próximos García(s) Luna(s). Porque, sin duda que los habrá.
De cualquier modo, la definición electoral de este martes 5, tendrá un peso significativo en la propia sociedad estadounidense y, también, en buena parte del resto del mundo. Ojalá y "el pueblo" no se vuelva a equivocar.