En la primera página de Los Presidentes, su mejor libro, don Julio Scherer recupera uno de los mitos centrales de la cultura política universal. Al narrar el cambio de mando entre Gustavo Díaz Ordaz y Luis Echeverría, escribió:
"Su toma de posesión tendría el significado de un cambio de estación en la naturaleza. Reverdecería el país".
El líder como encarnación de la patria. Un nuevo tlatoani, un nuevo México. La venta de esa ilusión sirvió para que durante siete décadas el país comprara aquella barbaridad lógica de la "revolución" "institucionalizada". Una oportunidad sexenal para jugar a la lotería del poder: A lo mejor esta vez, al amigo, al compadre, al compañero de banca sí le toca un buen hueso...
Pues aquí estamos, de regreso al clásico gatopardismo. La Transformación se mantiene. "Sin rupturas", pero "con cambios". Con la vieja maquinaria corporativa modernizada, hojalateada y con pintura nueva. El mismo presidencialismo imperial, pero ahora con rostro de mujer.
Me cuesta trabajo pensar en un mejor homenaje a la antigua liturgia política que el regreso al país de un sólo hombre (aunque no lo sea). La concentración de los tres poderes de la Unión en manos de una sola persona. Una oposición más o menos testimonial y un coro de paleros --viejos y nuevos-- que, con algunas disonancias, sigue al pie de la letra la partitura que se dicta desde Palacio.
Por supuesto que Claudia Sheinbaum no es priista. La retórica de la Cuarta Transformación tampoco es exactamente la misma que la del "nacionalismo revolucionario" del viejo régimen. Y sin embargo... Luego de seis años de rotundo éxito propagandístico de Andrés Manuel López Obrador, mañana martes estrenamos una nueva oportunidad para "reverdecer al país".
La agenda de gobierno es, debería serlo, bastante obvia: Seguridad, crecimiento económico, justicia social, defensa de la soberanía nacional, etcétera, etc.
En los hechos, a la nueva capitana del navío llamado México le esperan una serie de desafíos formidables. Aunque no los reconozca mañana, pronto los tendrá que enfrentar, luego del sexenio de menor crecimiento económico en medio siglo, luego del sexenio más violento y mortal desde el final de la Revolución Mexicana y en un entorno de franca hostilidad internacional y entre tambores bélicos por todos lados. Fácil no será.
Ojalá me equivoque, pero en estas circunstancias lo primero que me viene a la mente son tres palabras: "Dilma, Dilma, Dilma". El posible paralelismo con la historia de la primera presidenta de Brasil me parece digno de mejores reflexiones.
Mañana llega a Palacio la primera presidenta de nuestra historia. Razón suficiente para celebrar. Además, porque se formó como científica y activista de la UNAM. La acompaña una incipiente y no tan lustrosa nueva élite política (que, en cualquier caso, tiene la vara muy baja, si la comparamos "con los de antes").
Llega con la percepción de tener todo el poder, pero con la imperiosa necesidad de exorcizar un peligro mayor, el del Maximato. Aunque sinceramente yo no lo veo, supongo que la tentación está ahí, bueno, allá: en el rancho de tan sonoro nombre.
¿Reverdecerá el país? Aunque sea sólo por hoy (y mañana), imaginemos que sí, aunque sea un poquito. Nos hace falta.